lunes, 25 de noviembre de 2024

Tormenta Negra

 

Maximiliano Basilio Cladakis  


I

El peor momento de la vida de Blancanieves comenzó luego de su boda. Sus tragedias anteriores, la envidia de su madrastra, los intentos de asesinato, la famosa manzana, no eran  nada frente al infierno con el que se encontró. Lo descubrió en la misma noche de bodas, cuando el Príncipe Azul la molió a golpes luego de tomar su virginidad. Ese momento, que debería haber sido expresión de amor y de cuidado, fue la manifestación del horror y de la humillación. Tras golpearla, el Príncipe se marchó de la habitación dirigiéndole insultos y burlas, riendo como un demente.  “El Reino que había sido de tu padre ahora me pertenece.  No eres más que una esclava, menos incluso”, le dijo antes de cerrar la puerta. Quedó sola en la habitación, con el cuerpo dolorido y la sangre recorriendo su boca y su entrepierna. Lloró toda la noche hasta quedar dormida poco antes del amanecer.

 

II

 El Príncipe no sólo era un alcohólico violento, sino también un ser mórbido, perverso, que abusaba no sólo de ella, sino de sirvientes, plebeyos e, incluso, de algunos otros nobles. Sean mujeres o varones. La mantenía encerrada en la habitación. Muy de vez en cuando iba a visitarla. Cuando lo hacía, se repetía el infierno. A veces le contaba las atrocidades que hacía mirándola con una expresión que mezclaba el odio y la diversión. En más de una ocasión, Blancanieves se culpaba a sí misma. Debería haberse dado cuenta que un hombre que se excitaba encontrando mujeres dormidas, incluso que podrían estar muertas, en un bosque no podía ser alguien sano.

 

III

El único contacto humano que tenía, además de las esporádicas visitas de su marido, era el de su sirvienta. Se trataba de una joven muy bella que le traía las cuatro comidas, ordenaba la habitación, cuidaba de su aspecto físico, y se encomendaba a sus otras necesidades. Al comienzo solo se saludaban respetando los protocolos entre realeza y servidumbre, pero con el paso del tiempo comenzaron a hablar más, hasta el punto que pasaban horas enteras conversando. Blancanieves le contó lo que sufría con el Príncipe. La muchacha le dijo que imaginaba que podría ocurrir algo así. Ella y su hermana habían sufrido su locura, costándole a  esta última la vida. Ambas lloraron. Las diferencias de estamentos se licuaron en la igualdad de ser víctimas de la perversión del heredero del trono.  Se volvieron amigas, y más tarde amantes.

 

IV

Las tardes con la joven muchacha (su nombre era Tharia) fueron un refugio en medio del caos. No se trataba solamente del placer sino de una compañía genuina. Blancanieves la amaba. Y lo mismo le pasaba a Tharia con ella. Compartían sus miedos, sus historias, y, también, la fantasía de algún día ser libres y vivir en medio de la naturaleza, alejadas de la vileza y maldad que ahora las oprimía. Cada tanto, la joven plebeya le traía las novedades del reino. El Rey no era mejor que su hijo. Mataba de hambre al pueblo; organizaba caza de vírgenes con los otros nobles, donde las víctimas no solo era abusadas sino asesinadas en sacrificio a una deidad oscura que adoraban en secreto; solía organizar saqueos contra el pueblo de los enanos. Se trataba de un reinado de terror.

 

V

Una mañana Tharia le llevó el desayuno y le contó de una insurrección por parte del pueblo de los enanos. Se habían levantado en armas contra los ejércitos del Rey y tomaron  varias tierras asesinando a los nobles que se habían declarado como sus dueño años atrás. Le dijo que la rebelión era dirigida por siete enanos. “Son ellos”, dijo Blancanieves con alegría. “Ya me salvaron la vida una vez, quizá lo hagan una segunda” y abrazó a su amante. Fueron días de esperanza para ambas. Sin embargo, no duró mucho. Finalmente, la rebelión de los enanos fue aplastada. Otros reinos se unieron a la causa de su marido y de su suegro y los enanos fueron rápidamente derrotados. Tharia le dijo que las cabezas de sus siete amigos colgaban en estacas en la plaza que estaba frente al palacio real. El dolor por la muerte ellos se combinó con la perdida de esperanzas.

 

VI

Una noche, a la hora de la cena, Blancanieves esperaba con ansías a Tharia. Oyó el característico golpe en la puerta. Se acomodó el cabello y se dispuso de manera sensual sobre un sillón, repitiendo el juego que siempre realizaban. Le dijo que pase. Su sorpresa fue enorme. Quien abría la puerta era el Príncipe. “Hola, querida ¿estás feliz de verme?”. Quedó enmudecida, su rostro se tornó aún más pálido. Su marido tenía una bandeja de plata. “Hoy soy yo quien te trae la cena”. Quitó la tapa de la bandeja y sobre ella estaba la cabeza de Tharia. Blancanieves gritó de horror. El príncipe tomó la cabeza y se la arrojó sobre el sillón. “Me divertí mucho con tu novia antes de decapitarla”, dijo riendo para luego marcharse. Ella tomó la cabeza entre sus manos y lloró como nunca lo había hecho antes.

 

VII

Ya no le quedaba nada, salvo el dolor, el odio y la humillación. A los pocos días decidió quitarse la vida. Lo haría esa misma tarde. Luego de que una nueva sirvienta le llevase el almuerzo, tomó el cuchillo y miró su antebrazo izquierdo. El corte sería a lo largo, desde las muñecas hasta el codo. Y haría más de uno.  Sin embargo, cuando apoyó el filo de plata contra su piel, una voz la interrumpió.

 “No lo hagas”. Blancanieves reconoció la voz y sintió un gélido horror atravesar su pecho. Provenía del espejo que se hallaba sobre una de las paredes de su habitación. “No lo hagas”. Volvió a decir. Dejó el cuchillo y se dirigió hacia el espejo. Vio, entonces, el rostro de su madrastra. Sin embargo, no era ni la bella mujer con la que se había casado su padre, ni la anciana bruja que le había ofrecido la manzana. Lo que observaba era una mezcla entre ambas. Conservaba los rasgos de cuando había sido la mujer más bella pero su piel se encontraba marchita, en plena descomposición. Su rostro ya no expresaba ni vanidad ni soberbia ni odio, sino tristeza y dolor.

 “¿Cómo es posible? Vuelves para continuar torturándome desde el infierno”.

“No, vengo a pedirte perdón. Estoy en el infierno, eso sí, y lo estaré durante toda la eternidad. Y está bien que así sea”.

Blancanieves se mantuvo en silencio durante unos segundos. Sin embargo luego expulsó su furia acumulada.

“Tú eres la responsable de todo esto. Todo empezó contigo. Mereces la peor de las condenas”.

“Lo sé” dijo la Reina. “Por eso mismo he venido a ti. No repitas el ciclo. Te entiendo, porque estuve en tu lugar. Tu padre no era distinto a tu marido. Todo lo que te encuentras sufriendo, yo también lo padecí. También pensé en quitarme la vida. Sin embargo elegí otra cosa: el odio y la venganza, no contra los culpables de mi miseria, sino contra inocentes, contras los que habían sido de la misma clase a la que había pertenecido yo misma… Y ahora estoy pagando el precio”.

Blancanieves se sorprendió al escuchar esas palabras. No pudo evitar echarse a llorar..

“No lo soportó más. Quiero estar muerta, no haber nacido nunca.

“Tienes una opción, una que debería haber tomado yo. No debes matarte ni debes ser consumida por el odio como lo fui yo. Puedes ser algo superior.”

“No entiendo”, dijo Blancanieves mientras se secaba las lágrimas.

“Puedo enseñarte muchas cosas y mostrarte el camino que yo no tomé. Y si te vuelves quien puedes ser, no solo te redimirás de tanto dolor, sino que podrás redimir a todas las víctimas y me sentiré redimida yo también, aunque mi alma arda por toda la eternidad por mis imperdonables pecados”.

 

VIII

Pasaron los días y el espíritu de su madrastra le enseñó muchas cosas. Durante meses Blancanieves  aprendió no  solo sobre hechizos, sino  también sobre historia y política. Hacía más de un siglo que los nobles lograron imponer un régimen de terror sobre los pueblos de los humanos, como también sobre el de los enanos y otros seres no humanos. Hadas, duendes, orcos, eran víctimas de la opresión, de la explotación y de la vejación diarias. La misma Naturaleza sufría las locuras de esos hombres volcados hacia la oscuridad. Se talaban e incendiaban los bosques, los ríos eran envenenados, grandiosas montañas era profanadas de manera brutal en búsqueda de oro.  Le habló también del oscuro y poderoso dios al que servían y que les ayudaba en sus prácticas abominables.

 

IX

Una tarde, la madrastra le dijo que había llegado el día. “Ya estás lista, a partir de hoy nunca más nos volveremos a ver”. Blancanieves quisó decirle que no debía ser así que la perdonaba, que el odio que sintió durante años contra ella se había convertido en un sincero cariño. Como si hubiera leído sus pensamientos, la voz del espejo le aclaró  que aunque ella la perdonara, sus víctimas habían sido miles, y que, incluso, si todas ellas la perdonarán, ella no podría perdonarse a sí misma. Se despidió de Blancanieves.

Su voz, por un momento, pareció temblar por la emoción.

 

X

Esa noche el Príncipe entró a la habitación totalmente borracho. Se sorprendió al ver a Blancanieves desnuda sobre el lecho con una copa de vino. Tenía un aura de sexualidad como el que nunca había notado en ella. Quiso  abalanzarse sobre su mujer; sin embargo,  ella lo detuvo. “Hoy te haré gozar como nadie lo ha hecho antes, pero para eso deberás obedecerme”. El Príncipe se dejó llevar. Blancanieves volcó vino sobre sus pechos y sobre su vientre y le ordenó que bebiera. Su marido obedeció.  Él quisó acostarla y ponerse encima de ella; sin embargo, Blancanieves le dijo que, hoy sería diferente. Hizo que se sea él quien se acueste boca arriba. Se subió sobre su marido. Comenzó a moverse de manera pausada, con contorsiones esporádicas mientras  le daba a beber más vino. Antes de llegar al orgasmo, el rostro del Príncipe comenzó a desfigurarse, daba la impresión que quería gritar pero que no tenía aire para hacerlo. Murió rápidamente.

Blancanieves salió de la cama  y sonrió. Miró con cierto goce el cadáver marchito de su marido.

 

XI

Tras decir unas palabras en una lengua inteligible adquirió el aspecto del Príncipe. Salió de la habitación. Se dirigió a la entrada del castillo y le ordenó a los guardias que le prepararán el mejor de sus caballos. A estos no les sorprendió el pedido ya que el Príncipe solía hacer cosas que se salían de lo común.

 

XII

Al día siguiente, una sirvienta descubrió el cadáver. Cuando el Rey se enteró mandó a sus ejércitos a que busquen a Blancanieves y lanzó una orden de captura donde amenazaba que a cualquiera que le dé ayuda, sería castigado de la peor manera.

 

XIII

Blancanieves ya se encontraba lejos del palacio. Estaba en un monte, miró al cielo. Esto no era el final, sólo el comienzo. No sería más la víctima, sería la liberadora. Se sentía preparada para unificar y organizar a todas las víctimas del Régimen. Y decidió que nunca más utilizaría el nombre con el que nació. Era el nombre de una víctima, no de una líder. A partir de ahora su nombre sería Tormenta Negra.

 

 

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