Maximiliano Basilio Cladakis
I
El peor momento de la
vida de Blancanieves comenzó luego de su boda. Sus tragedias anteriores, la envidia
de su madrastra, los intentos de asesinato, la famosa manzana, no eran nada frente al infierno con el que se
encontró. Lo descubrió en la misma noche de bodas, cuando el Príncipe Azul la
molió a golpes luego de tomar su virginidad. Ese momento, que debería haber
sido expresión de amor y de cuidado, fue la manifestación del horror y de la
humillación. Tras golpearla, el Príncipe se marchó de la habitación
dirigiéndole insultos y burlas, riendo como un demente. “El Reino que había sido de tu padre ahora me
pertenece. No eres más que una esclava,
menos incluso”, le dijo antes de cerrar la puerta. Quedó sola en la habitación,
con el cuerpo dolorido y la sangre recorriendo su boca y su entrepierna. Lloró
toda la noche hasta quedar dormida poco antes del amanecer.
II
El Príncipe no sólo era un alcohólico
violento, sino también un ser mórbido, perverso, que abusaba no sólo de ella,
sino de sirvientes, plebeyos e, incluso, de algunos otros nobles. Sean mujeres
o varones. La mantenía encerrada en la habitación. Muy de vez en cuando iba a visitarla.
Cuando lo hacía, se repetía el infierno. A veces le contaba las atrocidades que
hacía mirándola con una expresión que mezclaba el odio y la diversión. En más
de una ocasión, Blancanieves se culpaba a sí misma. Debería haberse dado cuenta
que un hombre que se excitaba encontrando mujeres dormidas, incluso que podrían
estar muertas, en un bosque no podía ser alguien sano.
III
El único contacto
humano que tenía, además de las esporádicas visitas de su marido, era el de su
sirvienta. Se trataba de una joven muy bella que le traía las cuatro comidas, ordenaba
la habitación, cuidaba de su aspecto físico, y se encomendaba a sus otras
necesidades. Al comienzo solo se saludaban respetando los protocolos entre
realeza y servidumbre, pero con el paso del tiempo comenzaron a hablar más,
hasta el punto que pasaban horas enteras conversando. Blancanieves le contó lo
que sufría con el Príncipe. La muchacha le dijo que imaginaba que podría
ocurrir algo así. Ella y su hermana habían sufrido su locura, costándole a esta última la vida. Ambas lloraron. Las diferencias
de estamentos se licuaron en la igualdad de ser víctimas de la perversión del
heredero del trono. Se volvieron amigas,
y más tarde amantes.
IV
Las tardes con la joven
muchacha (su nombre era Tharia) fueron un refugio en medio del caos. No se
trataba solamente del placer sino de una compañía genuina. Blancanieves la
amaba. Y lo mismo le pasaba a Tharia con ella. Compartían sus miedos, sus
historias, y, también, la fantasía de algún día ser libres y vivir en medio de
la naturaleza, alejadas de la vileza y maldad que ahora las oprimía. Cada
tanto, la joven plebeya le traía las novedades del reino. El Rey no era mejor
que su hijo. Mataba de hambre al pueblo; organizaba caza de vírgenes con los
otros nobles, donde las víctimas no solo era abusadas sino asesinadas en
sacrificio a una deidad oscura que adoraban en secreto; solía organizar saqueos
contra el pueblo de los enanos. Se trataba de un reinado de terror.
V
Una mañana Tharia le
llevó el desayuno y le contó de una insurrección por parte del pueblo de los
enanos. Se habían levantado en armas contra los ejércitos del Rey y
tomaron varias tierras asesinando a los
nobles que se habían declarado como sus dueño años atrás. Le dijo que la
rebelión era dirigida por siete enanos. “Son ellos”, dijo Blancanieves con alegría.
“Ya me salvaron la vida una vez, quizá lo hagan una segunda” y abrazó a su
amante. Fueron días de esperanza para ambas. Sin embargo, no duró mucho.
Finalmente, la rebelión de los enanos fue aplastada. Otros reinos se unieron a
la causa de su marido y de su suegro y los enanos fueron rápidamente derrotados.
Tharia le dijo que las cabezas de sus siete amigos colgaban en estacas en la
plaza que estaba frente al palacio real. El dolor por la muerte ellos se combinó
con la perdida de esperanzas.
VI
Una noche, a la hora de
la cena, Blancanieves esperaba con ansías a Tharia. Oyó el característico golpe
en la puerta. Se acomodó el cabello y se dispuso de manera sensual sobre un
sillón, repitiendo el juego que siempre realizaban. Le dijo que pase. Su sorpresa
fue enorme. Quien abría la puerta era el Príncipe. “Hola, querida ¿estás feliz
de verme?”. Quedó enmudecida, su rostro se tornó aún más pálido. Su marido
tenía una bandeja de plata. “Hoy soy yo quien te trae la cena”. Quitó la tapa
de la bandeja y sobre ella estaba la cabeza de Tharia. Blancanieves gritó de
horror. El príncipe tomó la cabeza y se la arrojó sobre el sillón. “Me divertí
mucho con tu novia antes de decapitarla”, dijo riendo para luego marcharse. Ella
tomó la cabeza entre sus manos y lloró como nunca lo había hecho antes.
VII
Ya no le quedaba nada,
salvo el dolor, el odio y la humillación. A los pocos días decidió quitarse la
vida. Lo haría esa misma tarde. Luego de que una nueva sirvienta le llevase el
almuerzo, tomó el cuchillo y miró su antebrazo izquierdo. El corte sería a lo
largo, desde las muñecas hasta el codo. Y haría más de uno. Sin embargo, cuando apoyó el filo de plata
contra su piel, una voz la interrumpió.
“No lo hagas”. Blancanieves reconoció la voz y
sintió un gélido horror atravesar su pecho. Provenía del espejo que se hallaba
sobre una de las paredes de su habitación. “No lo hagas”. Volvió a decir. Dejó
el cuchillo y se dirigió hacia el espejo. Vio, entonces, el rostro de su
madrastra. Sin embargo, no era ni la bella mujer con la que se había casado su
padre, ni la anciana bruja que le había ofrecido la manzana. Lo que observaba
era una mezcla entre ambas. Conservaba los rasgos de cuando había sido la mujer
más bella pero su piel se encontraba marchita, en plena descomposición. Su
rostro ya no expresaba ni vanidad ni soberbia ni odio, sino tristeza y dolor.
“¿Cómo es posible? Vuelves para continuar
torturándome desde el infierno”.
“No, vengo a pedirte
perdón. Estoy en el infierno, eso sí, y lo estaré durante toda la eternidad. Y
está bien que así sea”.
Blancanieves se mantuvo
en silencio durante unos segundos. Sin embargo luego expulsó su furia
acumulada.
“Tú eres la responsable
de todo esto. Todo empezó contigo. Mereces la peor de las condenas”.
“Lo sé” dijo la Reina. “Por
eso mismo he venido a ti. No repitas el ciclo. Te entiendo, porque estuve en tu
lugar. Tu padre no era distinto a tu marido. Todo lo que te encuentras
sufriendo, yo también lo padecí. También pensé en quitarme la vida. Sin embargo
elegí otra cosa: el odio y la venganza, no contra los culpables de mi miseria,
sino contra inocentes, contras los que habían sido de la misma clase a la que
había pertenecido yo misma… Y ahora estoy pagando el precio”.
Blancanieves se
sorprendió al escuchar esas palabras. No pudo evitar echarse a llorar..
“No lo soportó más.
Quiero estar muerta, no haber nacido nunca.
“Tienes una opción, una
que debería haber tomado yo. No debes matarte ni debes ser consumida por el
odio como lo fui yo. Puedes ser algo superior.”
“No entiendo”, dijo
Blancanieves mientras se secaba las lágrimas.
“Puedo enseñarte muchas
cosas y mostrarte el camino que yo no tomé. Y si te vuelves quien puedes ser,
no solo te redimirás de tanto dolor, sino que podrás redimir a todas las
víctimas y me sentiré redimida yo también, aunque mi alma arda por toda la
eternidad por mis imperdonables pecados”.
VIII
Pasaron los días y el
espíritu de su madrastra le enseñó muchas cosas. Durante meses Blancanieves aprendió no solo sobre hechizos, sino también sobre historia y política. Hacía más
de un siglo que los nobles lograron imponer un régimen de terror sobre los
pueblos de los humanos, como también sobre el de los enanos y otros seres no humanos.
Hadas, duendes, orcos, eran víctimas de la opresión, de la explotación y de la
vejación diarias. La misma Naturaleza sufría las locuras de esos hombres
volcados hacia la oscuridad. Se talaban e incendiaban los bosques, los ríos
eran envenenados, grandiosas montañas era profanadas de manera brutal en
búsqueda de oro. Le habló también del
oscuro y poderoso dios al que servían y que les ayudaba en sus prácticas
abominables.
IX
Una tarde, la madrastra
le dijo que había llegado el día. “Ya estás lista, a partir de hoy nunca más
nos volveremos a ver”. Blancanieves quisó decirle que no debía ser así que la
perdonaba, que el odio que sintió durante años contra ella se había convertido
en un sincero cariño. Como si hubiera leído sus pensamientos, la voz del espejo
le aclaró que aunque ella la perdonara, sus
víctimas habían sido miles, y que, incluso, si todas ellas la perdonarán, ella
no podría perdonarse a sí misma. Se despidió de Blancanieves.
Su voz, por un momento,
pareció temblar por la emoción.
X
Esa noche el Príncipe
entró a la habitación totalmente borracho. Se sorprendió al ver a Blancanieves
desnuda sobre el lecho con una copa de vino. Tenía un aura de sexualidad como
el que nunca había notado en ella. Quiso
abalanzarse sobre su mujer; sin embargo,
ella lo detuvo. “Hoy te haré gozar como nadie lo ha hecho antes, pero
para eso deberás obedecerme”. El Príncipe se dejó llevar. Blancanieves volcó
vino sobre sus pechos y sobre su vientre y le ordenó que bebiera. Su marido
obedeció. Él quisó acostarla y ponerse
encima de ella; sin embargo, Blancanieves le dijo que, hoy sería diferente. Hizo
que se sea él quien se acueste boca arriba. Se subió sobre su marido. Comenzó a
moverse de manera pausada, con contorsiones esporádicas mientras le daba a beber más vino. Antes de llegar al
orgasmo, el rostro del Príncipe comenzó a desfigurarse, daba la impresión que
quería gritar pero que no tenía aire para hacerlo. Murió rápidamente.
Blancanieves salió de
la cama y sonrió. Miró con cierto goce
el cadáver marchito de su marido.
XI
Tras decir unas
palabras en una lengua inteligible adquirió el aspecto del Príncipe. Salió de
la habitación. Se dirigió a la entrada del castillo y le ordenó a los guardias
que le prepararán el mejor de sus caballos. A estos no les sorprendió el pedido
ya que el Príncipe solía hacer cosas que se salían de lo común.
XII
Al día siguiente, una
sirvienta descubrió el cadáver. Cuando el Rey se enteró mandó a sus ejércitos a
que busquen a Blancanieves y lanzó una orden de captura donde amenazaba que a
cualquiera que le dé ayuda, sería castigado de la peor manera.
XIII
Blancanieves ya se encontraba
lejos del palacio. Estaba en un monte, miró al cielo. Esto no era el final,
sólo el comienzo. No sería más la víctima, sería la liberadora. Se sentía
preparada para unificar y organizar a todas las víctimas del Régimen. Y decidió
que nunca más utilizaría el nombre con el que nació. Era el nombre de una
víctima, no de una líder. A partir de ahora su nombre sería Tormenta Negra.
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