jueves, 23 de enero de 2025

Ideología

 Edgardo Pablo Bergna             


Maximiliano Basilio Cladakis

Hace poco más de un año, escribimos una nota titulada “Cercanos al abismo”. Hoy nos encontramos en el abismo. Sin embargo, siempre podremos descender más. El abismo es infinito. Al decir de Rocco Carbone, el fascismo gobierna la Argentina. El fascismo es el abismo de la humanidad; el régimen de lo inhumano y de lo deshumanizante.Y como lo demuestra la historia, el fascismo no tiene límites.


Frente a una situación nefasta, abominable, la pregunta sobre qué hacer es urgente. Sin embargo se trata de una urgencia que debe interpelarnos al pensamiento, no a explosiones emocionales. La indignación debe guiarnos a la reflexión. Hablamos de una reflexión que no se agote en sí misma, queda claro, sino que se vuelva praxis. Lo urgente no debe hacernos dejar de lado lo importante. Lo importante es lo urgente y lo urgente es lo importante.

En este sentido, resulta fundamental pensar el modo en que las políticas fascistas del actual gobierno están siendo legitimadas. Esto nos lleva a detenernos en la cuestión en torno a la ideología.

El pensador italiano Antonio Gramsci sostenía que la dominación de un grupo de poder sobre otros grupos se daba por dos medios complementarios: la coherción y el consenso. La primera se refiere a la dominación de una clase sobre la otra por medio de la fuerza. El segundo significa el convencimiento de las clases subalternas de defender las posiciones, ideas e intereses de sus dominantes. Las clases subalternas piensan a partir de las directrices de las elites.

En este aspecto, como dijimos, es fundamental la cuestión en torno a la ideología. En términos de Gramsci, la ideología es un sistema de ideas morales, éticas, políticas y económicas. En pocas palabras, es una visión del mundo. Cada ideología expresa los interes de una clase social y su proyecto de mundo. Es un plexo de ideas que surge de una Idea de Mundo. Cuando la ideología de los grupos concentrados se extiende sobre las clases subalternas, se universaliza y se torna hegemónica. Se hace sentido común.

Descartar el tema de la ideología es un grave error. Gran parte de la lucha política es una lucha por el sentido común. Es decir por la hegemonia de una ideología. La derecha dio y da esa lucha de manera cotidiana. No se trata de abstracciones ya que las ideas se materializan en relaciones sociales concretas, en la institución de contextos y en cómo se distribuyen las riquezas.

En nombre de la libertad, fundada en el individualismo metodológico, que se realiza en el libre juego de mercado y la sacralización de la propiedad privada, hoy día se realizan las más atroces vejaciones en nuestra Patria. Se trata de ideas que son funcionales a los grupos concentrados de la riqueza pero que se extienden sobre el resto de la sociedad.

La ideología neoliberal se realizó y realiza en la historia de manera concreta. Y se trata de ideas que nunca fracasaron. Cuando se impusieron lograron llevar a cabo una mayor concentración de la riqueza y una mayor expansión de la miseria. Para decir que una idea fracasó no tendría que haber logrado los objetivos propuestos. Que, a comienzos del siglo XXI, las políticas neoliberales hayan llevado a la Argentina a una catástrofe social, política y económica, no significa nada. La grandeza de la Nación no era un fin. No mantengamos una posición ingenúa.


No se trata de cuestiones técnicas sino de cuestiones ideológicas. Esa es la gran disputa que atraviesa a nuestro país. La discusiones técnicas solo pueden darse dentro de una misma ideología, es decir, dentro de un mismo ámbito de sentido.


Hacer frente al abismo, nos exige retomar conceptos, ideas clave, instituir una mirada del mundo centrada en el ser humano de manera integral, una ideología humanista, una ideología que haga de la necesidad su punto de partida hacia hacia la Libertad y hacia la Justicia Social.


lunes, 6 de enero de 2025

El comienzo

Maximiliano Basilio Cladakis  


Una mañana, un grupo de policías perseguía a un niño por haber robado algo. Era un pequeño de edad indiscernible, de piel oscura y raquítico. Sin embargo, corría muy rápido, tanto que agentes entrenados no podían alcanzarlo.

“Ladrón”. Gritó un civil.

Cuando oyeron la palabra y vieron al joven corredor, varios transeúntes se unieron a la persecución.

La carrera no duró demasiado. A pesar de sus esfuerzos, el niño fue finalmente rodeado.

El pánico atravesó su cuerpo marrón Sabía que estaba condenado. Uno de sus hermanos había muerto así. Comenzó a pedir perdón a los gritos. Ofreció devolver lo robado y prometía que nunca más lo haría. Sus palabras no fueron más que un ruido blanco. Tanto la policía como los civiles querían sangre.

El círculo se cerró sobre él. Sin embargo, alguien grito “¡No, basta!”.

Un anciano salió de la muchedumbre y se acercó a la futura víctima.

No era alguien importante, ni valiente, ni mucho menos un héroe. Pero hizo aquello que nadie había hecho en años: lo correcto.

Se acercó al niño y se interpuso entre él y la policía. La gente quedó en silencio.

Hubo un instante de quietud y de tensión. Hasta que un joven y musculoso oficial dio la orden.

El anciano fue acribillado. Luego fue el turno del pequeño ladrón.

Tras haber cumplido su deber, las fuerzas de seguridad se marcharon.

La gente siguió en silencio observando los dos cadáveres abandonados en la calle. Hubo confusión, culpa, incluso lágrimas.

Al cabo de un rato, cada uno volvió a sus actividades; sin embargo, algo había cambiado. Y este cambio comenzó a extenderse a lo largo de la población.

Un muchacho había grabado la escena con el celular. El video se viralizó. Llegó a todos los ciudadanos, aunque la mayoría de los grandes medios de comunicación lo omitieran.

Los que formaban parte activa de la Resistencia se indignaron. Pero eso no fue lo más sorprendente. También lo hicieron los indiferentes; aquellos a los que solo les importaban sus asuntos privados, que se denominaban “apolíticos” y que, en la Antigua Grecia, serían llamados “idiotas. Incluso, muchos de los que apoyaban el Reinado de la Bestia sintieron una presión en el pecho.

 

 

 

Con el paso del tiempo, comenzaron a surgir movilizaciones espontáneas. Los rostros del niño y del anciano se volvieron banderas de lucha. La gente dejaba de ser gente y se convertía en pueblo. Se reunían en las casas de sus vecinos, aunque eso estuviese prohibido, con una doble tarea: organizarse contra la Bestia y generar lazos de solidaridad con los compatriotas más vulnerados. Argentina parecía despertar, salir de su letargo. El otro vulnerado, oprimido, comenzó a dejar de ser visto con odio y reapareció el amor (en el sentido griego de ágape).

La población recordó una frase que había sido intencionalmente ocultada y que durante años había expresado los años más nobles de una nación que, alguna vez, había sido de todos y para todos. Esa frase era: “La patria es el Otro”.

Por primera vez en mucho tiempo, la Bestia comenzó a temer por su Reinado.