jueves, 13 de noviembre de 2025

El Milagro Argentino

 

Maximiliano Basilio Cladakis   


Luis Petete nació en una familia de clase alta. No pertenecían a la oligarquía tradicional. Sus abuelos habían llegado desde Sicilia en la década del treinta. Se decía que formaban parte de una de las familias de la mafia y que tuvieron que huir, no del fascismo, sino de una vendetta. Si uno indaga en los archivos, hubo un legislador menor de apellido Petete en el Partido de Mussolini. No es raro, teniendo en cuenta los vínculos entre la mafia y el fascismo.

Ya instalados en el sur del mundo, la famiglia mantuvo contactos, hizo negocios, pero no fue sino hasta la última dictadura cívico-militar cuando los Petete se volvieron un nombre de peso. Importaciones, contubernios, tráfico de influencias: todo los llevó a ubicarse entre las familias más poderosas de la Argentina, ligadas al mundo financiero.

 

 

Luis nació en el momento de ascenso de los Petete, después de Jorge y antes de Karina. Siempre tuvo un carácter osado, emprendedor. Era el preferido de su tío Julio, verdadero patriarca del clan, quien solía repetir, con su difícil español cruzado de siciliano: “Un gran destino, Luigi. Un gran destino”.

Hizo sus estudios primarios y secundarios en una escuela católica de elite. No era buen estudiante, pero sí muy popular. Sus compañeros admiraban su estilo travieso e insolente. No estudiaba, pero siendo hijo de los Petete, ningún docente ni autoridad se atrevía a reprobarlo. Además estaban las donaciones que la familia hacía cada año a la prestigiosa institución.

Durante la adolescencia, Luis desplegó plenamente sus dotes de líder. Sus compañeros lo seguían y obedecían en todo. Las chicas caían rendidas a sus pies, y las que no, él las obligaba. Entre los trece y los dieciséis años desvirgó a más de treinta jóvenes, la mitad de manera voluntaria. Tenía un carácter rebelde; le gustaba romper la ley, una ley que —según sus propias palabras— no estaba hecha para gente como él. A veces robaba el BMW de su hermano y salía con sus amigos por las rutas del conurbano a hostigar a los jóvenes de su edad. Reía cuando alguno de esos “negros” recibía una paliza. Sentía que su vida se realizaba.

Cuando su madre se enteró, se escandalizó. No porque considerara inmoral lo que hacía su hijo. Aunque era muy católica, compartía con sus compañeras del Opus Dei una profunda aversión hacia los pobres, sobre todo los del conurbano bonaerense. El tío Julio, sin embargo, repetía su sentencia: “Un gran destino”. Ese fuego de Luis no debía apagarse, sino canalizarse.

 

 

Cuando comenzó a estudiar Economía en una de las más prestigiosas universidades privadas de la Argentina, los miedos de su madre se habían hecho reales. Luis estaba desbordado. Consumía todo lo que existía. Unos meses antes de graduarse ocurrió lo peor: mató a una compañera después de violarla. Como se trataba de una joven de clase media baja que estudiaba gracias a una beca, no hubo problemas en cubrir las huellas.

Terminó sus estudios y el tío Julio decidió enviarlo a hacer un posgrado en Miami. “Es gente de la nuestra —dijo—, van a disciplinarlo y a canalizar su potencial.”

A las pocas semanas, Luis fue enviado a Los Ángeles. La familia arregló todo para que ingresara a un posgrado en Finanzas en Cereals University, la universidad que pertenecía a la corporación dueña de la más conocida marca de cereales del mundo, y que además era socia mayoritaria de empresas de alta tecnología y participaba en la industria militar. También se decía que estaba involucrada en el tráfico de drogas, personas y armas.

 

 

El consumo problemático de Luis ya era notorio, así que antes de empezar sus estudios fue internado por la fuerza en uno de los centros de rehabilitación que pertenecían a la empresa. Esa misma empresa estaba vinculada a la Illumination Church, una de las iglesias neopentecostales más poderosas del planeta, con sucursales en todos los continentes. Su crecimiento había sido tan vertiginoso que en Brasil ya rivalizaba con la Iglesia Universal del Reino de Dios.

Fue en ese momento de su vida cuando comenzaron a circular las historias que lo vincularon con pactos demoníacos. Si bien la Illumination Church contaba con millones de fieles, se hablaba de ella de muchas formas distintas. Algunos decían que era un dispositivo de cooptación ideológica al servicio de la extrema derecha estadounidense. Otros, que funcionaba como fachada para el lavado de dinero. Los más religiosos sostenían que, en realidad, era una secta satánica. Y había quienes afirmaban que era las tres cosas.

La joven promesa de los Petete pasó un tiempo en rehabilitación. Durante ese período comenzó a asistir a las reuniones de la iglesia. Si bien era católico, ni los pastores ni su familia consideraron que eso fuera un problema. “Todos adoramos al mismo Dios”, decían unos y otros.

Al principio, Luis estuvo reticente. Sin embargo, su espíritu fue cediendo ante las palabras del pastor:


“Dios bendice a los valientes.”


“De los violentos es el Reino de los Cielos.”


“Quien no produce debe marchitarse como la higuera maldita por Jesús.”

Luego de la resistencia inicial, Luis comenzó a meditar seriamente sobre aquellas palabras y sobre su destino. Se dice que pasaba las noches pensando en ellas. Y no solo en ellas, también en María del Pilar Iberlucia, otra argentina, nieta de un ex presidente de la Sociedad Rural, que asistía al mismo templo.

 

 

Uno de los testigos contó que fue una tarde de miércoles cuando finalmente sucedió. Luis se entregó al Espíritu. Cuando el pastor realizó la imposición de manos, cayó de bruces. Se sacudió espasmódicamente, tuvo visiones extrañas: una tierra de leche y miel, un fuego que lo atravesaba. Lloró y pidió perdón. El pastor lo abrazó como a un hijo.

A los pocos días ya estaba de novio con María del Pilar. Había dejado no solo la cocaína, sino también el cigarrillo y el alcohol. Se volvió disciplinado y metódico. Pasó un año más en los Estados Unidos, donde se transformó en una estrella entre los latinos de la universidad.

 

 

Cuando volvió a la Argentina, su familia se sorprendió al ver los cambios. Seis meses después se casó con María. Comenzó a trabajar en la sucursal argentina del fondo de inversiones Stanley & Pidman. Los contactos realizados en Los Ángeles lo llevaron a convertirse en uno de los hombres de finanzas más reconocidos y requeridos por el establishment local e internacional.

Frecuentaba a los empresarios y corporaciones más poderosos del país. Era invitado a programas de televisión donde su palabra se tomaba como si fuera la voz misma de los grandes capitales a los que representaba. Su tío Julio había tenido razón: Luis había dado más dinero y renombre a los Petete que cualquier otro miembro de la familia. Murió poco después del nacimiento del tercer hijo de su amado sobrino. El funeral fue transmitido por televisión.

 

 

El prestigio de Luis alcanzó su punto máximo cuando la extrema derecha ganó las elecciones presidenciales. Los grandes medios, los empresarios y hasta parte del electorado reclamaban su nombre para el Ministerio de Hacienda y Finanzas. Lo consideraban un técnico apolítico, un “hombre de confianza de los mercados”. El nuevo presidente, ansioso por legitimar su gobierno ante el capital internacional, le ofreció el cargo.

Luis aceptó. Su asunción fue transmitida en cadena nacional. Los diarios titularon: El milagro argentino comienza hoy.

 

 

Su gestión fue vertiginosa. En pocos meses llevó a cabo la mayor transferencia de ingresos hacia el capital concentrado de la historia nacional. “Logró estabilizar la economía”, decían. La pobreza se disparó, el hambre creció en el conurbano y en las provincias, pero todo era presentado como un sacrificio necesario.

A las pocas semanas se mudó con su familia a la quinta de Olivos. Un empleado contó que por las noches realizaba extraños ritos frente al presidente. “Y funcionaban”, decía. Los mercados respondían, el dólar se aquietaba, las potencias extranjeras lo elogiaban.

La prensa internacional lo llamaba el mago de los mercados. Daba conferencias en Davos, Jerusalén, Tokio. En cada una repetía las mismas palabras: austeridad, fe y sacrificio. Su mirada era más la de un religioso que la de un técnico.

“El sufrimiento es el camino hacia la purificación del pueblo”, decía, y el auditorio lo ovacionaba.

Cuando le entregaron el Nobel de Economía, un periodista le preguntó por el costo social de sus políticas. Luis sonrió.

—El dolor también es una forma de inversión —respondió.

Nadie supo si era una broma o una confesión.

 

 

Sin embargo, como en una maldición cíclica, el aparente milagro comenzó a resquebrajarse. Cada vez quedaba más en claro que el milagro era para unos pocos. Incluso los más fervientes defensores del gobierno comenzaron a dudar cuando ellos se quedaban sin trabajo y sus padres jubilados tenían que elegir entre comer o comprar sus medicamentos. El camino por el desierto no llevaba a ninguna tierra prometida, sino a desiertos más áridos. Se viralizaron videos que mostraban a niños revolviendo bolsas de basura, mujeres peleando por un pan, ancianos arrastrando carros vacíos. Las manifestaciones comenzaron a ser masivas. Desde el gobierno se hablaba de “fuerzas del caos”, de enemigos del milagro, de complots extranjeros. Se nombró a Venezuela, a Rusia, a Irán y a China. Pero las palabras ya no entusiasmaban.

 

 

Luis apareció por última vez en una conferencia de prensa. Llevaba un traje oscuro y una expresión de piedra. Permaneció en silencio varios segundos. Luego sonrió apenas, una sonrisa que nadie olvidó, y dijo:

—El orden debe renacer en la sangre.

Después se dio media vuelta y abandonó la sala, dejando tras de sí un silencio espeso, casi litúrgico.

 

 

En una de las tantas marchas de jubilados, la represión excedió el límite —un límite que, vale aclarar, ya se había extendido demasiado. La policía reprimió como lo hacía siempre, pero esta vez fue mucho más brutal. Asesinaron a más de doscientos manifestantes. El estallido, entonces, fue inmediato e irrefrenable. Desde el conurbano las masas comenzaron a movilizarse hacia la Plaza de Mayo. Los operativos policiales no podían detener la cantidad de manifestantes. Hubo una represión inaudita, pero fueron millones los movilizados: más incluso que cuando la selección de fútbol había ganado el Mundial de Qatar.

 

 

¿Qué podría decirse de esas jornadas? ¿Fue una pueblada? ¿Fue una revolución? ¿Fue hartazgo? Esas son interpretaciones. Los hechos dicen que fueron tres días de algo cercano a una guerra civil. Aún hoy no se conoce la cantidad de muertos. Se sabe que fueron más de veinte mil en manos de las fuerzas de seguridad. El gobierno lanzó la más violenta represión de la historia. Llegó a emplear, como décadas atrás, a la fuerza aérea para bombardear localidades. Sin embargo, finalmente el presidente renunció junto a sus ministros.  La mayoría  se fugó junto a él  a los Estados Unidos.

 

De Luis Petete no se supo nunca más nada. Cuando las nuevas autoridades ingresaron a la quinta de Olivos descubrieron una escena macabra. Seis cadáveres desnudos y con los miembros amputados se encontraban dispuestos en las puntas de una estrella dibujada en el suelo con sangre. Junto a él también desaparecieron su mujer y sus hijos.

 

 

Hoy, mientras el país que antiguamente se llamaba Argentina es un territorio de disputa, cuyo destino sigue siendo incierto, continúa ignorándose el paradero del Milagro Argentino. Algunos dicen que está en algún país de Medio Oriente. Otros, que asesora a fondos financieros estadounidenses. Sin embargo, hay quienes aseguran que fue ascendido en la Illumination Church y que hoy ocupa el rol de Maestro Principal, formando a los jóvenes discípulos.

 

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