martes, 4 de noviembre de 2025

El voto, la ideología y el fracaso de nuestros métodos para leer la realidad

 

Edgardo Pablo Bergna:

    Los resultados de estas elecciones no solo exponen una derrota electoral o una victoria circunstancial: exponen el fracaso del pensamiento. No fallaron solo las encuestas —eso ya lo sabíamos—, fallamos todos los que intentamos leer la realidad social con los ojos de la modernidad. Queremos hacer crítica, queremos hacer análisis, para eso usamos métodos de las ciencias naturales aplicados a las ciencias sociales, Comte, Durkheim, padres de la sociología la mostraron libre del oscurantismo de la edad media, y la desplegaron sobre el positivismo  del siglo XIX y del XX, de esa manera fueron surgiendo las distintas disciplinas, que dieron cuenta del espíritu y de las necesidades de una época.

    El problema no es solo de la política, sino también de los que pretendemos pensarla. Nos cuesta asumir que las categorías que usaron Comte o Weber hoy deben ser revisadas, no para abandonarlas, sino para interpretarlas, actualizarlas y superarlas.

    El voto —de cualquier signo— es profundamente ideológico. Pero en estos tiempos se somete a la ideología al escarnio público. Se la degrada, se la presenta como una enfermedad del pasado, como si pensar el mundo desde una posición fuera delito. En su lugar, se impone una falsa neutralidad, la ideología del mercado, que disfraza de sentido común, y falso pragmatismo lo que en verdad es sumisión al orden económico.

    Nos quieren convencer de que la frase “Es la economía, estúpido” es el nervio de la política, y que las elecciones se resuelven en ese campo. Falso. O, al menos, profundamente inoportuno. Frases como esta —repetida por tecnócratas y opinadores— reduce la política a una mera propaladora de frases convincentes para normalizar el concepto de que la escasez es un hecho natural y así justificar, la pobreza y el  hambre. Convierte a la sociedad en un supermercado y a la política en una despensa.

    Desde ya, las necesidades básicas deben ser cubier
tas y debatidas. Pero hacerlo sin ideología es negar la dimensión humana de la política. Hablar de pobreza sin hablar de injusticia es mentir. Discutir economía sin hablar de derechos humanos es aceptar que el mercado decida quién vive y quién muere.

    Necesitamos volver a pensar la política como el espacio donde se disputa el sentido de la vida en común. Y para eso, hay que desacralizar el mercado, romper con su carácter divino, su apariencia de destino inevitable. Solo así podremos recuperar la política como herramienta de emancipación y no como simple administración del dolor.

    El desafío es doble: reinventar los métodos para leer la realidad y rescatar la ideología como forma de dignidad. Pensar el siglo XXI con los ojos del siglo XXI, sin renunciar a la pasión que nos trajo hasta acá.

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