martes, 20 de agosto de 2024

Nunca te rebeles

 

Maximiliano Basilio Cladakis


A diferencia de otros niños, Joaquín odiaba esa cadena de comida. Odiaba al payaso que era su símbolo, odiaba las hamburguesas que servían, odiaba las gaseosas aguadas e, incluso, odiaba los juguetes que vendían en la tan deseada Caja de la Alegría. Si bien no le gustaban los payasos, sí amaba las hamburguesas, las gaseosas y los juguetes, pero no lo que vendían en ese lugar. Por eso estaba de mal humor esa tarde. Los padres  de Lucio habían decidido festejar sus seis años en una de sus sucursales, más precisamente en la que se encuentra en la calle xxx del barrio xxx de la Capital, invitando a todos los compañeros de grado de su hijo.

Joaquín era un niño alegre y bastante social. Sin embargo, mientras sus compañeros hundían en sus bocas esos bocados de soja disfrazados de carne y se sumergían en los peloteros, se mantenía callado y fastidioso. Masticaba por obligación uno de esos fermentos nauseabundos que deleitaban a los demás niños. Por momentos miraba la imagen del payaso abrazando niños que colgaba sobre una de las paredes. Le costaba reconocer que no era solo el fastidio sino el miedo lo que lo incomodaba. La imagen de ese ser ridículo le causaba temor, como también lo hacían las expresiones de los niños que lo rodeaban.

Se sentía mal. Como cada vez que tenía que ir a esos lugares. Según su madre siempre había sentido rechazo hacia ellos. La primera vez que lo llevó a uno, tan solo tenía dos años y comenzó a levantar fiebre y terminó vomitando.

Maira corrió hacia él y le dijo “vamos al pelotero”. Joaquín dijo que no con la cabeza. La madre de Lucio se le acercó sonriendo y le insistió. Estaba desarmado frente a un mayor. Así que no tuvo otra alternativa que ir al pelotero. Una chica joven le dio sonriendo una careta de cartón. Era el rostro del payaso. Todos sus compañeros de grado la tenían puesta. Joaquín dijo “No quiero”. Por una milésima de segundo, vio un destello maligno en los ojos de la joven empleada, como si su negativa la hubiera enfurecido. Sin embargo, de manera inmediata, ella sonrió y le acarició la cabeza.

Se zambulló entre las pelotas de plástico. Su malestar desapareció y su risa se unió a la de los otros niños. Iba de un lado hacia otro dentro de esa suerte de pileta absurda. Sin embargo, sintió como una mano tomaba de su pierna izquierda y lo arrastraba hacia abajo.

Pataleó. Intentó zafarse. Pero esa mano tenía una fuerza muy superior. Su cabeza se hundió entre esas pelotas; todo su cuerpo lo hizo. Giró e intentó incorporarse contorsionando su espalda.

La mano lo soltó. Entonces vio frente a él a Lucio. Hacía silencio y lo miraba tras su careta. Quiso gritar, levantarse y pegarle. Pero observó que sus otros compañeros también estaban observándolo en silencio formando un semicírculo en torno a él. Tuvo miedo.

Maira se le acercó y le ofreció una careta. “Hacelo y todo va a estar bien” le dijo con una voz que no parecía la de ella.

Joaquín la rechazó, se levantó y salió corriendo del pelotero.

Cuando terminó el cumpleaños, su madre lo pasó a buscar y no dijo una palabra en el viaje de regreso a su casa. Ella le hacía preguntas a las que sólo respondía con gestos de la cabeza. “Te sigue molestando ir a esos lugares; no tiene sentido. Ojala a mí de chica me hubieran llevado”. Joaquín no dijo nada, solo quería llegar y jugar con sus muñecos o ver alguna serie animada. “Caprichoso”, le dijo con desdén.

 

 

A eso de las ocho de la noche, su padre regresó del trabajo. Joaquín ya no estaba de mal humor. Volver a encontrarse con sus juguetes, con los comics con los que estaba aprendiendo a leer y ver algunos capítulos de Los héroes más poderosos del mundo, le hizo olvidar el mal rato pasado durante el cumpleaños. Sin embargo, apenas saludó a su padre con un abrazo, su madre comenzó a quejarse por haberse portado mal ese día.

 El hombre colocó su mano sobre el hombre de su mujer y frunció el ceño. “No podés hacer siempre lo que vos querés. El mundo no va adaptarse a vos”. La madre le dijo a su marido, como si Joaquín no estuviese ahí, que ese era uno de los problemas de ser hijo único, que ella ya se lo había dicho muchas veces.

La cena transcurrió como de costumbre. Su padre habló de cosas de la oficina, su madre de la tía Luciana, y por la televisión tres adultos hablaban, con gesto de preocupación, de la inseguridad, término que Joaquín solía escuchar pero que no llegaba a entender.

Alrededor de las veintitrés horas, su madre lo llevó a la habitación.

 

 

Joaquín no tardó en dormirse. Soñó que formaba parte del equipo de superhéroes que admiraba. Volaba con una especie de armadura similar a la del líder del grupo. Valientemente se dirigía a enfrentarse  a una nave de extraterrestres que planeaba conquistar la Tierra. Sabía que vencería. Los héroes más poderosos del mundo siempre lo hacían.

Sin embargo, cuando se encontraban cerca de la victoria, el cielo se desvaneció, como así también la nave y la ciudad que estaba por debajo de él. Ya no volaba. Tenía los pies sobre la tierra. Sin embargo, el mundo se había convertido en una enorme e inabarcable sucursal de la cadena de comida.

 Los héroes estaban a su lado y tampoco comprendían que había pasado. Frente a ellos el payaso y un ejército interminable de niños y adultos, con los rostros cubiertos por las caretas que Joaquín había rechazado ese día, se encontraban en silencio, parados frente a ellos. Sobre el horizonte se extendían peloteros, cuadros de niños sonriendo, mesas y sillas, máquinas para preparar gaseosas rebajadas.

 El héroe de la armadura de acero se acercó hacia el payaso y le dijo que, aunque no supiera que estaba pasando, lo vencerían. El resto de sus compañeros hizo un gesto de afirmación. El payaso comenzó a reír. “No sos más que una fantasía. Yo soy la realidad”, dijo, mientras continuaba riendo.

Un centenar de personas se acercó al héroe. Este intentó reaccionar pero se lanzaron sobre él con una velocidad sobrehumana. Le sacaron la armadura como si se tratase del envoltorio de una golosina y comenzaron a golpearlo. El líder del grupo estaba indefenso frente a esa bestialidad. Recibía patadas, golpes de puño e, incluso, mordiscos. Una niña saltaba sobre su cabeza mientras esta se hundía y se disolvía. En tan solo unos pocos instantes quedó convertido en una masa informe de carne y sangre.

Lo mismo ocurrió con el resto de los miembros del equipo. Intentaron luchar pero el número era muy superior. Y ellos habían perdido sus poderes.

Joaquín contemplaba, inerme y aterrado, el espectáculo. Las personas comenzaron a tomar la carne de los héroes vencidos y a hacer sándwiches de hamburguesas con ellos. Si bien tenían las caretas, el niño pudo reconocer a su padre, a su madre y a varios de sus compañeros de grado entre ellos.

El payaso se acercó a él, se puso de cuclillas y lo miro a los ojos. Joaquín ya no llevaba puesta la armadura. Estaba desnudo. Se mordía los labios y lloraba. Incluso, se orinó encima.

El payaso extendió su mano sobre su cabeza y le acarició el cabello.

 “Espero que hayas aprendido la lección: nunca te rebeles”; le dijo, con un tono de misericordia fingida, y le extendió una de las caretas de su rostro.

 

 

Cuando despertó, Joaquín sabía que su vida había cambiado para siempre.  Al día siguiente le rogaría todos los días a su madre para que lo lleve a alguna de las sucursales de esa cadena y pediría hamburguesas, gaseosas y los juguetes de La caja de la alegría.

Y así sería todo por el resto de sus días.  Nunca más se rebelaría.




domingo, 4 de agosto de 2024

Una reforma integral

Maximiliano Basilio Cladakis


La Argentina está rota, quebrada, arrojada al abismo. La sentencia punk “no hay futuro” es nuestra realidad efectiva. El régimen puede cumplir objetivos, metas, consolidar su hegemonía. Pero ese futuro es sólo para las corporaciones y oligarquías, verdaderos hacedores de las políticas implementadas por el gobierno de coalisión LLA-PRO.  El destino de todos nosotros ya se encuentra determinado. No se trata de una crisis, sino de un plan sistemático de expropiación de bienes y recursos, de miseria, de represión y vejación de derechos. Como decía John William Cooke en torno al Régimen de Ongania, el actual Gobierno combina lo peor del liberalismo y lo peor del fascismo. Nuestra historia parece estar enmarcada en un ciclo de repetición constante. Una maldición que nos atraviesa y que parece imposible de ser exorcizada.

Que se entienda, la Argentina no está quebrada solo en el sentido económico, sino también, política y culturalmente. Todos los valores, axiomas y principios del Régimen son inhumanos y deshumanizantes. El hecho de que este gobierno haya sido electo por medio del voto es una prueba contundente de ello. No nos interesa, aquí, la tarea imposible de elucidar las causas del resultado electoral. Ni tampoco arrojar culpas a propios o ajenos. Lo que importa es que, en los discursos de campaña, se declaró lo imposible de aceptar, lo imposible de avalar. Y sin embargo, todo ello fue legitimado: los discursos de odio, la aporofobia, la injusticia, la desigualdad, la Dictadura Cívico-Militar, y un infernal e interminable etc.

Frente a esto, no se trata únicamente de proyectar críticas técnicas al aspecto económico, sino que debe someterse a una crítica integral todo el conjunto de acciones, ideas y discursos de gobierno. La conversión de nuestro país en una tierra de pillaje, de saqueo y de represión, no tiene motivos exclusivamente económicos; lo político, lo cultural, incluso, lo ético y lo ideológico cumplen un rol determinante.


 Ellos proponen una refundación de nuestro país. Incluso, hablan de “batalla cultural”. Esa batalla es la que debemos dar. La misma Cristina Fernández de Kirchner habló sobre la necesidad de forjar un nuevo sentido común y de la importancia de la formación política, para enfrentar la colosal envestida de la propaganda que se expande por los medios tradicionales y por los medios digitales. No debemos suturar una rotura, sino militar un proyecto de país nacional, popular, democrático, bajo las banderas de la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica. Un proyecto que es antagónico a lo ha sido convertida la Argentina por el actual Régimen.




Profundizar la esclavitud

  Maximiliano Basilio Cladakis El proyecto de reforma laboral impuesto por el actual gobierno tiene como significado profundizar la esclavi...