martes, 24 de septiembre de 2024

La bruja del 13F

 Maximiliano Basilio Cladakis 


Los vecinos murmuraban sobre ella. En más de una ocasión escuché que la llamaban  la Bruja del 13F.  Vivía en el departamento que estaba al lado del mío. Se había mudado al edificio unos meses después que yo. Poseía una belleza extraña. Pálida, de cabello donde se entrecruzaban varios colores, demasiado delgada, aros y tatuajes. Parecía frágil; sin embargo, había algo en su mirada, en su forma de caminar, en sus gestos que inspiraba fortaleza, seguridad, incluso algo de temor. Debía tener entre treinta y treinta y cinco años. Pero, a veces, parecía mucho mayor y, otras, mucho menor, aun cuando era imposible decir en qué radicaba ese cambio.

Era muy seria. Al igual que yo, no se hablaba con nadie del edificio. En cuanto a mí,  apenas me saludaba. No sabía si trabajaba o si estudiaba. No tenía horarios ni rutinas. Un día podía cruzarla a la mañana, otras al mediodía. Había semanas en que no la veía ni escuchaba ningún ruido proveniente de su departamento.  

Cada tanto iban a visitarla unas mujeres de las más diversas edades. Todas compartían un carácter exótico. Una mujer mayor, con el pelo blanco que le caía hasta la cintura y un tatuaje en la cara; chicas jóvenes que se vestían como mujeres de los años setenta; la que más llamó mi atención era una muchacha de unos treinta años con la cara extremadamente blanca y el cabello extremadamente negro que mantenía todo el tiempo una sonrisa inalterable en el rostro.

 Cuando recibía estas visitas, era el único momento donde la veía sonreír. Solían quedarse hasta la mañana siguiente. En más de una ocasión, pude oír la música extraña que escuchaban, y hablar en  un lenguaje que me era desconocido. Dos o tres veces oí gemidos múltiples y orgásmicos que, debo reconocer, desplegaron mis fantasías.

 

 

 

Sin embargo, al cabo de un año, dejó de recibir visitas.  La comencé a notar con la mirada perdida, desorientada. Una chica de unos quince años parecía haberse ido a vivir con ella. En ese periodo, las reuniones de consorcio comenzaron a realizarse más seguido y en horarios desconcertantes. Una vez, incluso, se había llamado a una después de las doce de la noche. Yo no iba; nunca había ido a una de ellas. Eso no agradaba a los otros vecinos, pero en el último tiempo parecía que mi actitud  resultaba más ofensiva.

Una tarde la crucé en el ascensor. Tenía los ojos llorosos y le temblaban las manos. Le pregunté si le pasaba algo. Se echó a llorar y, cuando llegamos a la planta baja, se marchó corriendo. Dos mujeres la miraron y sonrieron con goce.

Dos días después me encontré con ella y la chica en el pasillo. Ambas evitaron mi mirada y pasaron de largo haciendo como si yo no existiese.

 

 

Esa noche se cortó la luz. Desde la ventana observé que se trataba solo de nuestro edificio ya que había electricidad en todos lados. A los pocos minutos escuché unas voces provenientes del pasillo. Un golpe resonó sobre una puerta y mi vecina y la adolescente comenzaron a gritar.

Salí inmediatamente.  Un grupo  de personas vestidas con mantos y capuchas blancas entraba al departamento. Ambas continuaban gritando. Nadie en el piso salió. Empujé a algunas  de las personas que había en la puerta de  entrada. Vi, entonces, cómo dos de ellas las sujetaban mientras otra las miraba de frente. “Ha llegado el final. Arderán por siempre en el infierno”. Era una voz masculina y grave.

Grité y ella me miró. Estaba horrorizada. Dos de ellos me tomaron entre sus brazos inmovilizándome.

El hombre que había hablado giró hacia mí y noté su sonrisa asomar de debajo de la capucha.

“Quedate tranquilo. La cosa no es con vos… al menos por ahora”.

Dijo unas palabras extrañas y perdí el conocimiento.

 

 

Cuando me desperté me encontré en mi departamento. Salí y comencé a gritar. Ya era de día. Los vecinos del piso salieron.

Conté la escena. Me miraron como si estuviesen frente a un demente.

“Ese departamento está vacío desde hace diez años”. Respondió una mujer que vivía en el 13 B. Empecé a hablar sobre ella, sobre cómo era, incluso les dije que la llamaban la Bruja del 13f.

Un hombre le dijo a su mujer en voz baja: “Este es un edificio decente, no podemos tener locos así”.

Comencé a sentir mucho calor, como si mi cuerpo estuviera ´prendiéndose fuego. Grite, lloré y me eché al piso mientras sentía que la mirada de mis vecinos desgarraba mi piel.





lunes, 9 de septiembre de 2024

Intentaron asesinar a Cristina

 Maximiliano Basilio Cladakis


 

Intentaron asesinar a Cristina. Ese es el acontecimiento nuclear de la historia argentina reciente. Un acontecimiento cuyas ramificaciones se extienden y profundizan hasta el día de hoy. Le gatillaron dos veces en la cabeza, entre una multitud, a la vista de todos. La televisión y las redes sociales repitieron la escena de manera infinita. Dos veces Presidenta, Vicepresidenta en ejercicio en ese momento, líder de la fuerza política más importante de nuestro país, así y todo, un arma fue puesta frente a ella. Y, sin embargo, se trató como un hecho menor.

Decidimos pasarlo por alto, convertir el acontecimiento que vejó a la democracia argentina, en una noticia más, entre otras. No nos detuvimos a reflexionar sobre el retorno de la violencia política en la Argentina, ni sobre el modo en que fuerzas oscuras y fascistas que, ingenuamente, creíamos superadas continuaban al acecho, ni sobre el rol de la oposición de derechas (actualmente oficialismo) que se negó a proclamar un repudio sobre el hecho, ni sobre sus vínculos con los perpetradores materiales.

Banalizamos el hecho y nos banalizamos a nosotros mismos. Por un lado, la oposición política y mediática al gobierno de entonces obtuvo un triunfo. Vieron cristalizados y materializados sus discursos de odio. Cristina era definida como el cáncer de la Argentina, se intentó eliminar ese cáncer y nadie los condenó. Demostraron que su impunidad es absoluta. Pueden escribir y pronunciar los discursos más atroces y nadie los cuestionará. Incluso, los lemas de campaña de las elecciones presidenciales del año pasado prometían eliminar al kirchnerismo y encerrar en una prisión a Cristina, a la víctima del atentado. El odio ya podía expresarse libremente sin ningún límite. Y, tras las elecciones, esa libertad se acrecentó. El cincuenta y seis por ciento de la población decidió que así sea. La mayoría del electorado dio su apoyo al odio, le otorgó aún más poder a los hacedores y profetas de la violencia en la Argentina.

Cabría preguntarse, entonces, si  no es pecar de ingenuidad asombrarse por la situación que estamos atravesando. Estaba a la vista de todos. Solo restaba pensar, reflexionar, leer el modo en que se iban entrelazando los acontecimientos. Represión, detenciones ilegales, discursos de odio, en algún punto ya estaba anunciado. La derecha no es democrática, lleva in nuce al fascismo. Si las condiciones lo permiten desplegará toda su violencia represiva, discursiva y económica. Y las condiciones se dieron. El atentado a Cristina fue el momento de cristalización, el momento donde todo fue habilitado.

Por otra parte, también se encuentran los comunicadores y referentes opositores al actual gobierno que se suman al proceso de demonización de Cristina. Antiguos aliados que hoy ven en ella a la responsable de la derrota electoral del año pasado, que centran todas sus críticas en ella con una vehemencia que, a veces, es mayor que la de la propia derecha. Cristina es la que hizo las cosas mal, no la que fue víctima de un intento de asesinato. Al igual que sus rivales, convierten a la víctima en victimario. En el mejor de los casos se trata de un error de lectura sobre la coyuntura; en el peor, de cobardía, complicidad y traición.



 

Profundizar la esclavitud

  Maximiliano Basilio Cladakis El proyecto de reforma laboral impuesto por el actual gobierno tiene como significado profundizar la esclavi...