lunes, 17 de febrero de 2025

Mi mejor versión

Maximiliano Basilio Cladakis 


“Sé la mejor versión de tí mismo”. Esa frase marcó mi vida. Ahora está de moda. Todos la repiten como un mantra. Pero hay dos diferencias. Yo la leí por primera vez a mediados de los años noventa en un libro que tenía mi madre. Por otra parte, realmente la tomé en serio. Me elegí en esa frase. No se trata de compartir cosas por las redes sociales como se hace ahora. Se trata de comprometerse. Yo lo hice y esa sentencia salvo mi vida. No exagero.

En esa época era un adolescente. Y además era un perdedor. Era hijo único, mi casa era un infierno. Después del divorcio de mis padres, tenía que soportar la depresión de mi madre, sus cambios de humor, sus llantos. La escuela no era mejor. Me iba mal en el estudio, era un inutil en los deportes y un absoluto fracaso con las mujeres. El suicidio era un pensamiento que comenzaba a rondar con frecuencia en mi mente.

Hasta que leí esa frase. No recuerdo mucho más del libro. Tampoco creo que haya mucho que valiera la pena en sus páginas. Pero ese imperativo me hizo reflexionar. En algo debía ser bueno. Todos tenemos algo, decía uno de los capítulos, que nos hace especiales.

Como dije, era malo en todo. Sin embargo, comencé a recordar mi infancia, indagando sobre algún talento que podría tener. Y, entonces, lo descubrí. Había algo en lo que siempre me destaqué. Matar causando mucho  dolor.

Cuando era niño, mi máximo placer era atrapar hormigas, moscas, arañas, cucarachas y someterlas a torturas. Todos los chicos lo suelen hacer. Pero yo lo tomaba con mayor disciplina. Como si se tratase más que de un entretenimiento, más que un trabajo incluso. Era una especie de tarea sagrada, de una misión. Lo hacía metódicamente y extendía el sufrimiento de los insectos durante horas. Con el tiempo, dejé de hacerlo. Sin embargo, una vez, a los once años retomé la tarea. El gato de unos vecinos fue mi víctima.

Confundido pero con esperanzas, visualicé lo que podría llegar a hacer. Quizás podría liberarme de la mediocridad.

Javier era el único compañero de división que me trataba más o menos bien. Creo que me tenía algo de lastima. Estábamos en segundo año y le insistí mucho para que me invitará a bailar con sus amigos. Yo nunca había salido de noche. Al principio se negó, pero finalmente cedió.

Me costó mucho convencer a mi madre para que me dejara salir. Pero los ansiolíticos solían ablandarla. Fui a la casa de un amigo de Javier. Nadie me prestó mucha atención. Pero tampoco se burlaron de mí.

El boliche estaba lleno de gente. Javier, como se decía en esa época se transó a muchas chicas. Lo mismo que sus amigos. Yo, en cambio, estuve sentado en un costado, solitario y en silencio. Ya de madrugada, el local comenzaba a cerrar. Javier estaba absolutamente borracho. Con una sonrisa me preguntó como la había pasado. Le dije que bien pero me sentía que tenía fiebre. Le pedí si podía acompañarme a mí casa. Me tomó del hombro y me dijo “más bien, amigo”.

A cinco cuadras de mi casa había un frigorífico abandonado. Tenía todo planeado. Había hecho mis deberes y la logística en este trabajo es fundamental. Hice que pasáramos por enfrente.

Se lo señalé y le dije que sería interesante entrar. La juventud, el alcohol y el éxtasis de una noche de sábado hizo que Javier se entusiasmara con la idea. Entramos por una de las ventanas que tenía los vidrios rotos.

No voy a entrar en detalles de lo que hice. Pero sufrió y mucho. El local abandonado tenía ganchos y cuchillos, además yo había dejado antes de salir una sevillana de mi padre escondida debajo de un árbol. Reconozco que sentí algo de culpa, pero si iba a ser alguien en la vida debía liberarme de esos sentimientos.

 

 

 

Desde entonces no paré. Me fui perfeccionando. Asesiné hombres, mujeres, niños, ancianos. Soy el mejor en lo que hago. Llevo treinta años haciéndolo. Nadie sospechó nunca de mí, y estoy seguro de que nadie lo hará jamás.

 Y no se confundan, no soy un loco encerrado en una casilla con techo de chapa. Me casé, tengo tres hijos hermosos (todos rubios) y soy un exitoso hombre negocios. Desarrollar mi potencial en lo que era innatamente bueno, me ayudó en los otros ámbitos de mi vida.

Sin lugar a dudas, gracias a ello llegué a ser la mejor versión de mí mismo.




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