lunes, 28 de abril de 2025

El Antiguo Viento del Valle

 Maximiliano Basilio Cladakis 


 

El antiguo viento del Valle soplaba en la noche del equinocio de otoño. El Valle de la Gran Victoria, como los llamaban los elfos, era evitado en esas épocas. Se contaban historias que se remontaban a los tiempos de la Conquista del Sur. El elfo que se aventurara a pasar la noche ahí, no volvía a aparecer. Se decía, incluso, que era arrastrado al infierno por las almas de los conquistados.

Ese mismo valle, pues, era llamado por los orcos el Valle de la Gran Masacre. Cuestiones del lenguaje que revelan historias de sangre, de muertes, de violaciones y de torturas. Ese territorio fue el primero conquistado por los elfos en su incursión hacia el Sur quinientos años atrás. Y ese fue el primer territorio donde los orcos fueron, o bien, esclavizados, o bien, asesinados. Para unos, fue la primera de las victorias que los llevarían a reinar sobre el Sur. Para los otros, significó el comienzo de una historia de opresión jamás imaginada desde entonces.

 


Se trataba de un lugar prohibido, aunque no hubiera una legislación al respecto. Era más bien, un tabú. Sin embargo, Erwin amaba romper las reglas. Era un joven orgulloso y osado. Esa noche no  fue la excepción. “Estúpidas supersticiones” pensaba. Odiaba esos resabios de pensamiento bárbaro que aún subsistían en su pueblo. Casi tanto como odiaba a los orcos. Encendió un fuego antes de que el sol se pusiera. Se recostó sobre el pasto y observó la extensión de ese gigantesco cuenco entre montañas. Sintió un soberbio orgullo por sus antepasados conquistadores. Aunque también algo de furia. Era un terreno perfecto para una aldea, o para un emprendimiento militar. Sin embargo la fuerza de las leyendas había hecho que nadie se atreviera nunca a hacerlo. Pero él cambiaría las cosas.

“Pasaré la noche aquí. En un año haré lo mismo. Y así, hasta que el resto comprenda que no existe nada qué temer”. Se imaginó a sí mismo llevando a cabo la construcción de un pueblo ahí que llevaría su nombre.

Cuando el sol se puso, comenzó a soplar una brisa. Erwin sonrió. “Esto es lo que temen hasta los más valientes guerreros”. Fantaseó con todas las muchachas que se le entregarían al volver a su pueblo y haber demostrado que no había nada a lo que temer.

La brisa sopló más fuerte, apagó la hoguera y luego desapareció.

El joven elfo decidió darse la vuelta y dormir.

 


Unos murmullos lo despertaron. Ya era de noche. Se quitó las lagañas de los ojos. No había nubes y las estrellas iluminaban el valle. Miró  a su alrededor y no había nada. “Habrá sido un sueño”. No temía que se tratase de algún lobo ni de ninguna otra bestia ya que los elfos eliminaron a todas las que andaban por la zona.

Se dio la vuelta nuevamente para intentar dormir. Sin embargo, oyó la risa de un niño orco. Odiaba esos chillidos que, por momentos, eran agudos y, por momentos, de una gravedad gutural. Tomó la espada y se incorporó. “¿Quien anda por ahí?”. La respuesta que recibió fue el regreso de los murmullos.

Nuevamente lanzó un vistazo a su alrededor. Sólo se encontró con un valle desierto. Ni siquiera había una brisa.

Sin embargo, los murmullos se acrecentaron. Pensó que se trataba de algunos orcos que vagaban por la zona.

“Salgan de donde estén, animales inmundos”, gritó.

Los murmullos comenzaron a volverse más claros. Las risas de niños se multiplicaron. Comenzaron a oírse voces de mujeres hablando sobre las próximas tormentas. También varones que charlaban sobre caza, sobre construcción, sobre comercio.

 


Erwin no sintió miedo. Al menos hasta entonces. Su corazón se había acelerado debido a la ira. Se trataría de alguna especie de truco de los orcos para atemorizar a su raza.

Las conversaciones siguieron sonando a su alrededor. Sin embargo, en un momento hubo un grito de alarma. A ese grito le siguieron otros más, incontables. Eran gritos de miedo, de dolor, de un mundo que llegaba a su final.

Entonces lo vio. Se materializó frente él  a la Gran Masacre. Lo que ocurrió en un día, lo vio en un solo instante, desde todas las perspectivas. Los elfos llegando con sus gigantescos carros, asesinando a los orcos a mansalva, sin hacer distinciones entre mujeres ni hombres ni niños ni ancianos, las violaciones, el incendio de las casas; todo eso transcurrió frente a Erwin, o quizás sea mejor, decir que transcurrió “en” Erwin.

El elfo, entonces, sí tuvo miedo. Soltó la espada y quiso echarse a correr. Pero no pudo hacerlo. Los habitantes muertos de ese pueblo asesinado estaban alrededor de él. Ya no gritaban. Solo lo miraban en silencio.

 


Erwin cayó al suelo de rodillas  y se echó a llorar. No se atrevía a mirar a su alrededor. Sin embargo, no sirvió de nada. Sintió como lo tocaban manos fuertes y peludas. Se apoderaban de su cuerpo. Lo llevaban de un lado a otro. No podía moverse a voluntad. Lo elevaban y zarandeaban hacia todos lados. No se trataba de un viento sino de los espíritus encarnados de los orcos asesinados. Estaba en una especie de remolino de manos, de brazos, de garras y de dientes. Sentía como su piel se deshacía entre cientos de orcos que se lo pasaban de unos a otros.

 


La tierra se abrió y allí vio a miles de elfos ardiendo en llamas y siendo torturados por seres macabros e indescriptibles. Los orcos lo arrojaron allí.

La tierra se cerró y los espíritus encarnados desaparecieron.

 


Erwin no sería recordado como un héroe sino como un ejemplo más que fomentaría las leyendas sobre el antiguo viento del valle.

 

 

martes, 22 de abril de 2025

Francisco


Murió Francisco. Y, lo hizo, por gracia de Dios o del Destino, luego de auspiciar la Misa de Resurrección. La muerte y la resurrección esas son las notas fundamentales de la Pascua. Dios muere. Pero no cualquier Dios, sino un Dios encarnado entre los pobres, entre los humildes, entre los oprimidos y exiliados del mundo. Justamente, ellos son el centro del Evangelio. Y ellos fueron, también, el centro del Apostolado de Francisco. En un mundo atravesado por la deshumanización, por la extensión de la miseria planificada, por la realización de la pulsión tanática de los poderosos en un mundo que se desmorona a pedazos, Francisco retomó el legado de Jesús. Humanizó al cristianismo y nos volvió un poco más cristianos a quienes nos declaramos humanistas. Insólitamente, nuevamente por gracia de Dios o del Destino, se volvió un referente para quienes nunca imaginamos que un Papa podría serlo. Y, por eso, fue más que un Papa. Fue la expresión de un mundo más justo, más humano, más cristiano. Porque su humanización del cristianismo, no fue una negación del mensaje del mensaje del Nazareno. Por el contrario, fue un volver al origen. Y si bien, hoy lamentamos su muerte, también tenemos la certeza de que su apostolado no ha cesado. Francisco dejó un legado. Y, en cada acción que realicemos por el otro, por el vulnerado, por el olvidado, por cada vez que digamos “No” a la injusticia propiciada por un sistema profundamente inhumano y anticristiano Francisco estará presente. Esa será su continúa resurrección.


Profundizar la esclavitud

  Maximiliano Basilio Cladakis El proyecto de reforma laboral impuesto por el actual gobierno tiene como significado profundizar la esclavi...