Maximiliano Basilio Cladakis
Luis Petete nació en una familia de clase
alta. No pertenecían a la oligarquía tradicional. Sus abuelos habían llegado
desde Sicilia en la década del treinta. Se decía que formaban parte de una de
las familias de la mafia y que tuvieron que huir, no del fascismo, sino de una vendetta. Si uno indaga en los
archivos, hubo un legislador menor de apellido Petete en el Partido de
Mussolini. No es raro, teniendo en cuenta los vínculos entre la mafia y el
fascismo.
Ya instalados en el sur del mundo, la famiglia mantuvo contactos, hizo
negocios, pero no fue sino hasta la última dictadura cívico-militar cuando los
Petete se volvieron un nombre de peso. Importaciones, contubernios, tráfico de
influencias: todo los llevó a ubicarse entre las familias más poderosas de la
Argentina, ligadas al mundo financiero.
Luis nació en el momento de ascenso de
los Petete, después de Jorge y antes de Karina. Siempre tuvo un carácter osado,
emprendedor. Era el preferido de su tío Julio, verdadero patriarca del clan,
quien solía repetir, con su difícil español cruzado de siciliano: “Un gran
destino, Luigi. Un gran destino”.
Hizo sus estudios primarios y secundarios
en una escuela católica de elite. No era buen estudiante, pero sí muy popular.
Sus compañeros admiraban su estilo travieso e insolente. No estudiaba, pero
siendo hijo de los Petete, ningún docente ni autoridad se atrevía a reprobarlo.
Además estaban las donaciones que la familia hacía cada año a la prestigiosa
institución.
Durante la adolescencia, Luis desplegó
plenamente sus dotes de líder. Sus compañeros lo seguían y obedecían en todo.
Las chicas caían rendidas a sus pies, y las que no, él las obligaba. Entre los
trece y los dieciséis años desvirgó a más de treinta jóvenes, la mitad de
manera voluntaria. Tenía un carácter rebelde; le gustaba romper la ley, una ley
que —según sus propias palabras— no estaba hecha para gente como él. A veces
robaba el BMW de su hermano y salía con sus amigos por las rutas del conurbano
a hostigar a los jóvenes de su edad. Reía cuando alguno de esos “negros”
recibía una paliza. Sentía que su vida se realizaba.
Cuando su madre se enteró, se
escandalizó. No porque considerara inmoral lo que hacía su hijo. Aunque era muy
católica, compartía con sus compañeras del Opus Dei una profunda aversión hacia
los pobres, sobre todo los del conurbano bonaerense. El tío Julio, sin embargo,
repetía su sentencia: “Un gran destino”. Ese fuego de Luis no debía apagarse,
sino canalizarse.
Cuando comenzó a estudiar Economía en una
de las más prestigiosas universidades privadas de la Argentina, los miedos de
su madre se habían hecho reales. Luis estaba desbordado. Consumía todo lo que
existía. Unos meses antes de graduarse ocurrió lo peor: mató a una compañera
después de violarla. Como se trataba de una joven de clase media baja que
estudiaba gracias a una beca, no hubo problemas en cubrir las huellas.
Terminó sus estudios y el tío Julio
decidió enviarlo a hacer un posgrado en Miami. “Es gente de la nuestra —dijo—,
van a disciplinarlo y a canalizar su potencial.”
A las pocas semanas, Luis fue enviado a
Los Ángeles. La familia arregló todo para que ingresara a un posgrado en
Finanzas en Cereals University,
la universidad que pertenecía a la corporación dueña de la más conocida marca
de cereales del mundo, y que además era socia mayoritaria de empresas de alta
tecnología y participaba en la industria militar. También se decía que estaba
involucrada en el tráfico de drogas, personas y armas.
El consumo problemático de Luis ya era
notorio, así que antes de empezar sus estudios fue internado por la fuerza en
uno de los centros de rehabilitación que pertenecían a la empresa. Esa misma
empresa estaba vinculada a la Illumination
Church, una de las iglesias neopentecostales más poderosas del
planeta, con sucursales en todos los continentes. Su crecimiento había sido tan
vertiginoso que en Brasil ya rivalizaba con la Iglesia Universal del Reino de
Dios.
Fue en ese momento de su vida cuando comenzaron
a circular las historias que lo vincularon con pactos demoníacos. Si bien la Illumination Church contaba con
millones de fieles, se hablaba de ella de muchas formas distintas. Algunos
decían que era un dispositivo de cooptación ideológica al servicio de la
extrema derecha estadounidense. Otros, que funcionaba como fachada para el
lavado de dinero. Los más religiosos sostenían que, en realidad, era una secta
satánica. Y había quienes afirmaban que era las tres cosas.
La joven promesa de los Petete pasó un
tiempo en rehabilitación. Durante ese período comenzó a asistir a las reuniones
de la iglesia. Si bien era católico, ni los pastores ni su familia consideraron
que eso fuera un problema. “Todos adoramos al mismo Dios”, decían unos y otros.
Al principio, Luis estuvo reticente. Sin
embargo, su espíritu fue cediendo ante las palabras del pastor:
“Dios bendice a los valientes.”
“De los violentos es el Reino de los Cielos.”
“Quien no produce debe marchitarse como la higuera maldita por Jesús.”
Luego de la resistencia inicial, Luis
comenzó a meditar seriamente sobre aquellas palabras y sobre su destino. Se
dice que pasaba las noches pensando en ellas. Y no solo en ellas, también en
María del Pilar Iberlucia, otra argentina, nieta de un ex presidente de la Sociedad
Rural, que asistía al mismo templo.
Uno de los testigos contó que fue una
tarde de miércoles cuando finalmente sucedió. Luis se entregó al Espíritu.
Cuando el pastor realizó la imposición de manos, cayó de bruces. Se sacudió
espasmódicamente, tuvo visiones extrañas: una tierra de leche y miel, un fuego
que lo atravesaba. Lloró y pidió perdón. El pastor lo abrazó como a un hijo.
A los pocos días ya estaba de novio con
María del Pilar. Había dejado no solo la cocaína, sino también el cigarrillo y
el alcohol. Se volvió disciplinado y metódico. Pasó un año más en los Estados
Unidos, donde se transformó en una estrella entre los latinos de la
universidad.
Cuando volvió a la Argentina, su familia
se sorprendió al ver los cambios. Seis meses después se casó con María. Comenzó
a trabajar en la sucursal argentina del fondo de inversiones Stanley & Pidman. Los
contactos realizados en Los Ángeles lo llevaron a convertirse en uno de los
hombres de finanzas más reconocidos y requeridos por el establishment local e internacional.
Frecuentaba a los empresarios y
corporaciones más poderosos del país. Era invitado a programas de televisión
donde su palabra se tomaba como si fuera la voz misma de los grandes capitales
a los que representaba. Su tío Julio había tenido razón: Luis había dado más
dinero y renombre a los Petete que cualquier otro miembro de la familia. Murió
poco después del nacimiento del tercer hijo de su amado sobrino. El funeral fue
transmitido por televisión.
El prestigio de Luis alcanzó su punto
máximo cuando la extrema derecha ganó las elecciones presidenciales. Los
grandes medios, los empresarios y hasta parte del electorado reclamaban su
nombre para el Ministerio de Hacienda y Finanzas. Lo consideraban un técnico
apolítico, un “hombre de confianza de los mercados”. El nuevo presidente,
ansioso por legitimar su gobierno ante el capital internacional, le ofreció el
cargo.
Luis aceptó. Su asunción fue transmitida
en cadena nacional. Los diarios titularon: El milagro argentino comienza hoy.
Su gestión fue vertiginosa. En pocos
meses llevó a cabo la mayor transferencia de ingresos hacia el capital
concentrado de la historia nacional. “Logró estabilizar la economía”, decían.
La pobreza se disparó, el hambre creció en el conurbano y en las provincias,
pero todo era presentado como un sacrificio necesario.
A las pocas semanas se mudó con su
familia a la quinta de Olivos. Un empleado contó que por las noches realizaba
extraños ritos frente al presidente. “Y funcionaban”, decía. Los mercados
respondían, el dólar se aquietaba, las potencias extranjeras lo elogiaban.
La prensa internacional lo llamaba el mago de los mercados. Daba
conferencias en Davos, Jerusalén, Tokio. En cada una repetía las mismas
palabras: austeridad, fe y sacrificio. Su mirada era más la de un religioso que
la de un técnico.
“El sufrimiento es el camino hacia la
purificación del pueblo”, decía, y el auditorio lo ovacionaba.
Cuando le entregaron el Nobel de
Economía, un periodista le preguntó por el costo social de sus políticas. Luis
sonrió.
—El dolor también es una forma de
inversión —respondió.
Nadie supo si era una broma o una
confesión.
Sin embargo, como en una maldición
cíclica, el aparente milagro comenzó a resquebrajarse. Cada vez quedaba más en
claro que el milagro era para unos pocos. Incluso los más fervientes defensores
del gobierno comenzaron a dudar cuando ellos se quedaban sin trabajo y sus
padres jubilados tenían que elegir entre comer o comprar sus medicamentos. El
camino por el desierto no llevaba a ninguna tierra prometida, sino a desiertos
más áridos. Se viralizaron videos que mostraban a niños revolviendo bolsas de
basura, mujeres peleando por un pan, ancianos arrastrando carros vacíos. Las
manifestaciones comenzaron a ser masivas. Desde el gobierno se hablaba de
“fuerzas del caos”, de enemigos del milagro, de complots extranjeros. Se nombró
a Venezuela, a Rusia, a Irán y a China. Pero las palabras ya no entusiasmaban.
Luis apareció por última vez en una
conferencia de prensa. Llevaba un traje oscuro y una expresión de piedra. Permaneció
en silencio varios segundos. Luego sonrió apenas, una sonrisa que nadie olvidó,
y dijo:
—El orden debe renacer en la sangre.
Después se dio media vuelta y abandonó la
sala, dejando tras de sí un silencio espeso, casi litúrgico.
En una de las tantas marchas de
jubilados, la represión excedió el límite —un límite que, vale aclarar, ya se
había extendido demasiado. La policía reprimió como lo hacía siempre, pero esta
vez fue mucho más brutal. Asesinaron a más de doscientos manifestantes. El
estallido, entonces, fue inmediato e irrefrenable. Desde el conurbano las masas
comenzaron a movilizarse hacia la Plaza de Mayo. Los operativos policiales no
podían detener la cantidad de manifestantes. Hubo una represión inaudita, pero
fueron millones los movilizados: más incluso que cuando la selección de fútbol
había ganado el Mundial de Qatar.
¿Qué podría decirse de esas jornadas?
¿Fue una pueblada? ¿Fue una revolución? ¿Fue hartazgo? Esas son
interpretaciones. Los hechos dicen que fueron tres días de algo cercano a una
guerra civil. Aún hoy no se conoce la cantidad de muertos. Se sabe que fueron
más de veinte mil en manos de las fuerzas de seguridad. El gobierno lanzó la
más violenta represión de la historia. Llegó a emplear, como décadas atrás, a
la fuerza aérea para bombardear localidades. Sin embargo, finalmente el
presidente renunció junto a sus ministros.
La mayoría se fugó junto a él a los Estados Unidos.
De Luis Petete no se supo nunca más nada.
Cuando las nuevas autoridades ingresaron a la quinta de Olivos descubrieron una
escena macabra. Seis cadáveres desnudos y con los miembros amputados se
encontraban dispuestos en las puntas de una estrella dibujada en el suelo con
sangre. Junto a él también desaparecieron su mujer y sus hijos.
Hoy, mientras el país que antiguamente se
llamaba Argentina es un territorio de disputa, cuyo destino sigue siendo
incierto, continúa ignorándose el paradero del Milagro Argentino. Algunos dicen que está en algún país de Medio
Oriente. Otros, que asesora a fondos financieros estadounidenses. Sin embargo,
hay quienes aseguran que fue ascendido en la Illumination Church y que hoy ocupa el rol de Maestro
Principal, formando a los jóvenes discípulos.