Maximiliano Basilio Cladakis
Los
universos nacían y morían ante a su mirada. Cada cientos de eones, derramaba
una lágrima o esbozaba una sonrisa. Una guerra que acababa con un planeta
entero, una pareja de amantes suicidándose en incontables Veronas, una joven abriéndose por primera vez al amor.
En esa eternidad incansable, no había razones ni causas, sólo acontecimientos.
Cada momento creaba mundos infinitos. Muchos casi idénticos; otros,
absolutamente distintos. Y, sin embargo, no se trataba de un ciclo infinito.
Ella sabía que en algún momento llegaría el fin.
Su
condena era ser la Testigo de Todo, y cuando Todo acabase, finalmente sería
libre.

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