jueves, 26 de diciembre de 2024

La derecha es violencia

 Maximiliano Basilio Cladakis


En su obra El pensamiento político de la derecha  la filósofa francesa Simone de Beauvoir dice: “apenas la derecha se siente fuerte, sustituye el pensamiento por la violencia; ya lo hemos visto en la Alemania nazi”. Esta afirmación, que es dura, que puede ser polémica, manifiesta una verdad que, como militantes, debemos asumir. La violencia se encuentra en el núcleo mismo de la derecha. Y se trata de una violencia que no tiene límites, salvo el que provenga de su no habilitación, de lo que no permitamos desde el campo ético, político, ideológico y social contrario.  No hace falta retrotraernos a la Alemania Nazi, nos alcanza con detenernos en la historia reciente de nuestro país. La última dictadura cívico-militar es el exponente apoteósico de la violencia.

Dese hace poco más de un año nos gobierna la derecha. Es decir, nos gobierna la violencia. Esta violencia se despliega en violencias: violencia económica, violencia represiva, violencia discursiva, violencia sanitaria, violencia educacional. Son distintos modos de violencias que se articulan en un mismo plexo de sentido. Que el 53 por ciento de la población se encuentre por debajo de la línea de pobreza es violencia; una violencia intolerable. La no redistribución de la riqueza es violencia. La concentración de la riqueza es violencia. Arrojar a la miseria a los jubilados es violencia. Dejar en la calle a miles de trabajadores es violencia. Desmantelar el sistema educativo, en todos sus niveles, es violencia. Desfinanciar el sistema de salud y dejar librados a la agonía y a la muerte a incontables argentinos es violencia. La destrucción de lo público es violencia. La entronización de lo privado es violencia.

  Y, en este punto, debemos pensar las cuestiones a fondo, lo privado, que es el Dios al que sacrifica este gobierno a millones de compatriotas, es violencia. La propiedad privada es una relación social, ya lo dijo Marx en 1844, y significa privar a otro “de”. Por eso el Estado debe imponerle límites a una relación fundada en la negación del otro. Es importante no incurrir en la idea de que nos gobierna la “demencia”. Hay racionalidad, una racionalidad instrumental, no nos referimos a la razón de la que hablan Kant ni Hegel ni Marx ni Sartre, sino a la razón cuyos criterios se fundamentan en el cálculo para la maximización de ganancias de los grandes poderes económicos nacionales y transnacionales. Para nosotros,  se trata de un plan sistemático de saqueo y de vejación de derechos, para ellos, de un programa de negocios. La violencia que expresa este gobierno es la violencia inherente a las clases dominantes. Y esto es importante tenerlo siempre presente: las clases dominantes son, por sí, violentas, porque la relación de dominación es, necesariamente, una relación fundada en la violencia. Es necesario volver a Marx. Obviamente, sin dogmatismo y actualizándolo de acuerdo a nuestro contexto, como lo supieron hacer varios de los intelectuales más destacados del campo nacional y popular como John Willian Cooke o Hernández Arregui.

Ahora bien, esta violencia aparece legitimada. Debemos, por tanto, reconocerle al actual gobierno que es verdad lo que dice en torno a la batalla cultural que se encuentran dando. Son eficaces y eficientes. Hay un concepto clave que debemos retomar: el de hegemonía. Hegemonía en el sentido gramsciano. El pensador italiano señala que la dominación se da de dos maneras complementarias. Por un lado, la coercitiva, es decir la que se sostiene por el poder de las armas y de la fuerza (policía, ejército, aparato jurídico-penal; etc.). Por otro lado la consuetudinaria, aquella que convence a las mayorías de que lo que es provechoso solo para las elites, lo es también para ellos.

Hace unos meses atrás, Cristina Fernández de Kirchner dijo que una de las tareas militantes más urgentes es crear un nuevo sentido común. Se trata de la cuestión en torno a la hegemonía. La derecha logró instalar un sentido común. Y lo hizo de manera efectiva. Sería importante distinguir entre tres discursos que se articulan en la legitimidad de la violencia que atraviesa la Argentina.

 Por un lado, el discurso del propio Presidente, quizá el que aparece de manera más novedosa y al que adhieren sus portavoces en redes sociales. Se trata de  una mezcla del libertarianismo estadounidense, de autores como Hoppe y Rothbard  (de ahí surge lo de la compra y venta de órganos, la venta de niños, la admiración por Al Capone); con las teorías de la conspiración de la era digital (un mundo gobernado por el comunismo, planes de establecer un supraestado global que responde a la agenda Woke, la idea de un poder entre las sombras que intenta dirigir el mundo). Por otro lado, un conservadurismo tradicional, quizá más representado por la figura de la Vicepresidenta, la famosa triada “Dios-Patria-Familia”, donde se interpela a restaurar el orden de la argentinidad, un orden que peronistas, comunistas, kirchneristas, feministas, diversidades se encargaron de pervertir. Acá puede advertirse un antagonismo de sentido: mientras el primer discurso apunta a un futuro donde el capitalismo se desligue de las tradiciones del pasado para llegar a un nuevo estadio de la humanidad donde esta mute en transhumanismo; la segunda apunta a restablecer un orden tradicional que fue pervertido por desviaciones de la modernidad. Esta oposición, igualmente, no importa ya que cumple su función, tanto apelando a distintos sectores de la población, como al desgarro existencial de un mismo sujeto que pronuncia, al mismo tiempo, afirmaciones contrarias (no contradictorias, no dialécticas).

Ahora bien, el tercer discurso es el económico. Retomando una terminología cara a Marx podríamos hablar del fetichismo de la econometría neoliberal. Esta es la que se suele repetir en los medios de derecha tradicionales. En este punto, el Gobierno suele mostrar como “éxitos” el amesetamiento de la inflación, la estabilidad del dólar, el equilibrio fiscal y cuestiones del orden de evaluación financiera como la “baja del riesgo país”. Si bien, lo más probable es que los datos que muestra sean falsos, es otra la cuestión que debemos replantearnos. Mientras discutamos la verdad o falsedad de sus datos, continuamos bajo su hegemonía. Y lograron instalarla. El hecho de que un sector de la población se sienta más tranquila porque “está quieto el dólar” pero no se inmute porque, como ya dijimos, el 53 por ciento de la población está por debajo del nivel de pobreza dice  que hicieron bien su trabajo. La violencia se justifica, entonces, bajo los criterios de la economía neoliberal.

 

 

Como dice un tema de una clásica banda de Heavy Metal argentino: son tiempos violentos. Nos agrade o no, esos tiempos son nuestros tiempos; por lo de que debemos asumirlos.  Esto exige que hagamos frente a esa violencia desde todos los campos posibles. La teoría debe articularse con la praxis, las movilizaciones con el debate y la discusión, la formación con la organización. Cristina lo dijo hace unos días atrás nuestra tarea es “formar cuadros, informar, planificar, divulgar, organizar”. En lo dicho por Cristina, parece resonar la interpelación de Gramsci, que hoy es absolutamente vigente: “Instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza”.

 

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