Maximiliano Basilio Cladakis
En su obra El pensamiento político de la derecha la filósofa francesa Simone de Beauvoir dice:
“apenas la derecha se siente fuerte, sustituye el pensamiento por la violencia;
ya lo hemos visto en la Alemania nazi”. Esta afirmación, que es dura, que puede
ser polémica, manifiesta una verdad que, como militantes, debemos asumir. La
violencia se encuentra en el núcleo mismo de la derecha. Y se trata de una
violencia que no tiene límites, salvo el que provenga de su no habilitación, de
lo que no permitamos desde el campo ético, político, ideológico y social
contrario. No hace falta retrotraernos a
la Alemania Nazi, nos alcanza con detenernos en la historia reciente de nuestro
país. La última dictadura cívico-militar es el exponente apoteósico de la
violencia.
Dese hace poco más de
un año nos gobierna la derecha. Es decir, nos gobierna la violencia. Esta
violencia se despliega en violencias: violencia económica, violencia represiva,
violencia discursiva, violencia sanitaria, violencia educacional. Son distintos
modos de violencias que se articulan en un mismo plexo de sentido. Que el 53
por ciento de la población se encuentre por debajo de la línea de pobreza es
violencia; una violencia intolerable. La no redistribución de la riqueza es
violencia. La concentración de la riqueza es violencia. Arrojar a la miseria a
los jubilados es violencia. Dejar en la calle a miles de trabajadores es
violencia. Desmantelar el sistema educativo, en todos sus niveles, es
violencia. Desfinanciar el sistema de salud y dejar librados a la agonía y a la
muerte a incontables argentinos es violencia. La destrucción de lo público es
violencia. La entronización de lo privado es violencia.
Y, en este punto, debemos pensar las
cuestiones a fondo, lo privado, que es el Dios al que sacrifica este gobierno a
millones de compatriotas, es violencia. La propiedad privada es una relación
social, ya lo dijo Marx en 1844, y significa privar a otro “de”. Por eso el
Estado debe imponerle límites a una relación fundada en la negación del otro. Es
importante no incurrir en la idea de que nos gobierna la “demencia”. Hay
racionalidad, una racionalidad instrumental, no nos referimos a la razón de la
que hablan Kant ni Hegel ni Marx ni Sartre, sino a la razón cuyos criterios se
fundamentan en el cálculo para la maximización de ganancias de los grandes
poderes económicos nacionales y transnacionales. Para nosotros, se trata de un plan sistemático de saqueo y de
vejación de derechos, para ellos, de un programa de negocios. La violencia que
expresa este gobierno es la violencia inherente a las clases dominantes. Y esto
es importante tenerlo siempre presente: las clases dominantes son, por sí,
violentas, porque la relación de dominación es, necesariamente, una relación
fundada en la violencia. Es necesario volver a Marx. Obviamente, sin dogmatismo
y actualizándolo de acuerdo a nuestro contexto, como lo supieron hacer varios
de los intelectuales más destacados del campo nacional y popular como John
Willian Cooke o Hernández Arregui.
Ahora bien, esta
violencia aparece legitimada. Debemos, por tanto, reconocerle al actual
gobierno que es verdad lo que dice en torno a la batalla cultural que se
encuentran dando. Son eficaces y eficientes. Hay un concepto clave que debemos
retomar: el de hegemonía. Hegemonía en el sentido gramsciano. El pensador
italiano señala que la dominación se da de dos maneras complementarias. Por un
lado, la coercitiva, es decir la que se sostiene por el poder de las armas y de
la fuerza (policía, ejército, aparato jurídico-penal; etc.). Por otro lado la consuetudinaria,
aquella que convence a las mayorías de que lo que es provechoso solo para las
elites, lo es también para ellos.
Hace unos meses atrás,
Cristina Fernández de Kirchner dijo que una de las tareas militantes más
urgentes es crear un nuevo sentido común. Se trata de la cuestión en torno a la
hegemonía. La derecha logró instalar un sentido común. Y lo hizo de manera efectiva. Sería importante distinguir entre tres discursos que se articulan
en la legitimidad de la violencia que atraviesa la Argentina.
Por un lado, el discurso del propio
Presidente, quizá el que aparece de manera más novedosa y al que adhieren sus
portavoces en redes sociales. Se trata de una mezcla del libertarianismo estadounidense,
de autores como Hoppe y Rothbard (de ahí
surge lo de la compra y venta de órganos, la venta de niños, la admiración por
Al Capone); con las teorías de la conspiración de la era digital (un mundo
gobernado por el comunismo, planes de establecer un supraestado global que
responde a la agenda Woke, la idea de
un poder entre las sombras que intenta dirigir el mundo). Por otro lado, un
conservadurismo tradicional, quizá más representado por la figura de la
Vicepresidenta, la famosa triada “Dios-Patria-Familia”, donde se interpela a
restaurar el orden de la argentinidad, un orden que peronistas, comunistas,
kirchneristas, feministas, diversidades se encargaron de pervertir. Acá puede
advertirse un antagonismo de sentido: mientras el primer discurso apunta a un
futuro donde el capitalismo se desligue de las tradiciones del pasado para
llegar a un nuevo estadio de la humanidad donde esta mute en transhumanismo; la
segunda apunta a restablecer un orden tradicional que fue pervertido por
desviaciones de la modernidad. Esta oposición, igualmente, no importa ya
que cumple su función, tanto apelando a distintos sectores de la población,
como al desgarro existencial de un mismo sujeto que pronuncia, al mismo tiempo,
afirmaciones contrarias (no contradictorias, no dialécticas).
Ahora bien, el tercer
discurso es el económico. Retomando una terminología cara a Marx podríamos
hablar del fetichismo de la econometría neoliberal. Esta es la que se suele
repetir en los medios de derecha tradicionales. En este punto, el Gobierno
suele mostrar como “éxitos” el amesetamiento de la inflación, la estabilidad
del dólar, el equilibrio fiscal y cuestiones del orden de evaluación financiera
como la “baja del riesgo país”. Si bien, lo más probable es que los datos que
muestra sean falsos, es otra la cuestión que debemos replantearnos. Mientras
discutamos la verdad o falsedad de sus datos, continuamos bajo su hegemonía. Y
lograron instalarla. El hecho de que un sector de la población se sienta más
tranquila porque “está quieto el dólar” pero no se inmute porque, como ya
dijimos, el 53 por ciento de la población está por debajo del nivel de pobreza
dice que hicieron bien su trabajo. La
violencia se justifica, entonces, bajo los criterios de la economía neoliberal.
Como dice un tema de
una clásica banda de Heavy Metal argentino: son tiempos violentos. Nos agrade o
no, esos tiempos son nuestros tiempos; por lo de que debemos asumirlos. Esto exige que hagamos frente a esa violencia
desde todos los campos posibles. La teoría debe articularse con la praxis, las
movilizaciones con el debate y la discusión, la formación con la organización.
Cristina lo dijo hace unos días atrás nuestra tarea es “formar cuadros,
informar, planificar, divulgar, organizar”. En lo dicho por Cristina, parece
resonar la interpelación de Gramsci, que hoy es absolutamente vigente: “Instrúyanse,
porque necesitamos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitamos
todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza”.
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