Maximiliano Basilio Cladakis
La historia no se repite, pero a veces las letras vuelven. Enfrentadas, una B y una P trazan el contorno simbólico de una disputa que atraviesa más de medio siglo de historia argentina.
B de Braden y de Bessen; P de Perón y de Patria.
Desde hace tiempo intentamos comprender la naturaleza de este gobierno. Se lo ha llamado libertario, neoliberal, fascista, neocolonial, dictadura civil. Cada término apunta a un aspecto del fenómeno y son todos válidos ya que lo que enfrentamos no es solo una orientación económica, sino un proceso de desintegración institucional y social deliberadamente planificado. La democracia se desdibuja, las instituciones pierden su función representativa, el Parlamento es atropellado, el Poder Judicial opera como brazo ejecutor del poder económico. En nombre de una supuesta libertad, se consolida un régimen de represión y miseria planificadas. Se criminaliza la protesta, se persigue a los trabajadores, se degrada la educación y la salud públicas, mientras se celebra la especulación financiera como único horizonte posible.
El colonialismo, lejos de haberse disuelto, retorna con nuevos disfraces y viejos métodos. Ya no necesita siempre de golpes militares, pero tampoco los descarta. Los tanques pueden volver si la obediencia no alcanza. El disciplinamiento puede tomar la forma del ajuste o de la bala. El resultado es el mismo. Detrás de la retórica libertaria, se oculta la restauración del viejo orden oligárquico y dependiente, sostenido por la violencia estructural y la complicidad internacional.
Las decisiones fundamentales —económicas, energéticas, geopolíticas— no surgen de la voluntad popular, sino de intereses externos. Y cuando el poder político deja de representar al pueblo para representar a las corporaciones extranjeras, el país se convierte en una colonia.
La historia argentina conoce este dilema. Ya en 1946 se enfrentaron dos caminos: Braden o Perón. Hoy, con otros nombres y otras estrategias, la disyuntiva se repite: Bessen o Patria.
La B encarna nuevamente la injerencia extranjera, el poder económico que impone sus condiciones, el discurso de la subordinación presentado como modernización. La P, en cambio, representa la voluntad de afirmación nacional, la idea de que la soberanía no se negocia y que el pueblo es el sujeto de la historia.
Estamos, otra vez, ante una elección que excede la política partidaria. Se trata de decidir si aceptamos la entrega o si reafirmamos nuestra independencia; si convalidamos la barbarie del mercado o si reconstruimos la patria como comunidad de sentido y justicia.
Porque lo que está en juego no es solo un gobierno. Se trata de la continuidad histórica de un proyecto nacional frente a la ofensiva colonial.
Y como en aquel viejo
dilema, la elección vuelve a ser la misma:
entre la B y
la P.
Entre Braden y Perón.
Entre Bessen y la Patria.



