Maximiliano Basilio Cladakis
Era hermosa y única
aunque nadie jamás se lo hubiese dicho. No tenía nombre ni origen. Su memoria
se remontaba hasta antes de la aparición del hombre en el mundo. Su pequeñez no
era un impedimento (medía menos de dos centímetros y medio), sino que, por el
contrario, hacía que sus aventuras fuesen aún más divertidas. No formaba parte
de ninguna especie. Compartía su tiempo con hormigas, cucarachas y ratones,
montaba sobre palomas para recorrer los cielos. Para los seres humanos era una
leyenda o una alucinación. A veces la confundían con un hada. Eso la molestaba.
Detestaba a esos espíritus altivos y perversos.
Era libre y feliz,
atravesando las edades de la humanidad como un juego. Nunca se comprometió con
ella, sólo era un espectáculo que la entretenía de manera algo mórbida. Hasta
que una noche, en Buenos Aires, mientras deambulaba por las hojas de un árbol
vio a un hombre joven caminando en zigzag, hablando solo y llorando. La
curiosidad despertó en ella. El muchacho balbuceaba el nombre de una mujer
entre gimoteos y gritos. Ella montó un gato y lo siguió hasta su casa.
Vivía en un pequeño
departamento de dos ambientes. No sabía porque, pero se encontró genuinamente
preocupada por ese desconocido como nunca lo había hecho por nadie. A tal punto
que decidió hacer de la alacena de la cocina su hogar.
Había sido abandonado
por su pareja. Descubrió eso al escucharlo hablar con sus amigos, cuando iban a
visitarlo o cuando hacía videollamadas con ellos. El nombre que repetía la
noche en que lo conoció era el de esa mujer pérfida y maligna que había
quebrado su corazón. En más de una ocasión, la policía había ido a su casa. Él llegó
a temer a ir a prisión.
Ella comenzó a sentir
amor hacia él al mismo tiempo que emergía un odio inconmensurable hacía la
desconocida. Dos sentimientos que, tras eones de existencia, experimentaba por
primera vez. Una noche él regresó muy tarde, absolutamente borracho y con el
rostro hecho añicos. “Los voy a matar, a ella y a ese hijo de puta”. La pequeña
y única criatura vio como entró a la habitación y salió con un arma en sus
manos.
Temiendo que ocurriese
una tragedia, se le presentó. Lo llamó por su nombre desde la mesa de la
cocina. El hombre creyó haberse vuelto loco. Pero, el tono amable y compasivo
de ese ser, del cual apenas hablan algunas mitologías, lo calmó.
Y así fue como comenzó
una historia de amor. Él dejo de pensar en la otra mujer y ella se sentía amaba
y necesaria, una reina que había encontrado a su rey.
Sin embargo, pasados
unos meses, él volvió de la oficina y la vio jugando con unas mariposas. Se quitó, entonces, el zapato y mató a esos
insectos alados. En el frenesí casi la mata también a ella. Luego le pidió
disculpas. Ella subió por su mano, pasando por su brazo hasta llegar al rostro
y le besó las lágrimas.
Con todo, esto comenzó
a volverse una rutina. Una vez, incluso, la golpeó con su puño desnudo y llegó
a romperle varios huesos, entre ellos el fémur. Volvió a pedirle perdón y la cuidó
hasta que se recuperase. Lo que ignoraba era que no solo había roto su cuerpo
sino su amor.
Ella había decidido
abandonarlo. Su trató frío y distante hizo que él se percatara de eso. Una
tarde regresó del trabajo y la llamo diciéndole que tenía una sorpresa. Ella
fue renqueando hasta la sala de estar y vio una caja de vidrio al lado de una
tapa de metal con agujeros más pequeños que ella.
Él la tomó entre sus dedos
y la dejó allí cerrando la caja con la lámina de metal.
Ella gritó, lloró,
golpeó el vidrio. Pero ya no había nada que pudiera hacer. Esa caja se había
vuelto el único mundo donde viviría, quizá para siempre.
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