domingo, 14 de julio de 2024

Única

 

Maximiliano Basilio Cladakis                       


Era hermosa y única aunque nadie jamás se lo hubiese dicho. No tenía nombre ni origen. Su memoria se remontaba hasta antes de la aparición del hombre en el mundo. Su pequeñez no era un impedimento (medía menos de dos centímetros y medio), sino que, por el contrario, hacía que sus aventuras fuesen aún más divertidas. No formaba parte de ninguna especie. Compartía su tiempo con hormigas, cucarachas y ratones, montaba sobre palomas para recorrer los cielos. Para los seres humanos era una leyenda o una alucinación. A veces la confundían con un hada. Eso la molestaba. Detestaba a esos espíritus altivos y perversos.

Era libre y feliz, atravesando las edades de la humanidad como un juego. Nunca se comprometió con ella, sólo era un espectáculo que la entretenía de manera algo mórbida. Hasta que una noche, en Buenos Aires, mientras deambulaba por las hojas de un árbol vio a un hombre joven caminando en zigzag, hablando solo y llorando. La curiosidad despertó en ella. El muchacho balbuceaba el nombre de una mujer entre gimoteos y gritos. Ella montó un gato y lo siguió hasta su casa.

Vivía en un pequeño departamento de dos ambientes. No sabía porque, pero se encontró genuinamente preocupada por ese desconocido como nunca lo había hecho por nadie. A tal punto que decidió hacer de la alacena de la cocina su hogar.

Había sido abandonado por su pareja. Descubrió eso al escucharlo hablar con sus amigos, cuando iban a visitarlo o cuando hacía videollamadas con ellos. El nombre que repetía la noche en que lo conoció era el de esa mujer pérfida y maligna que había quebrado su corazón. En más de una ocasión, la policía había ido a su casa. Él llegó a temer a ir a prisión.

Ella comenzó a sentir amor hacia él al mismo tiempo que emergía un odio inconmensurable hacía la desconocida. Dos sentimientos que, tras eones de existencia, experimentaba por primera vez. Una noche él regresó muy tarde, absolutamente borracho y con el rostro hecho añicos. “Los voy a matar, a ella y a ese hijo de puta”. La pequeña y única criatura vio como entró a la habitación y salió con un arma en sus manos.

Temiendo que ocurriese una tragedia, se le presentó. Lo llamó por su nombre desde la mesa de la cocina. El hombre creyó haberse vuelto loco. Pero, el tono amable y compasivo de ese ser, del cual apenas hablan algunas mitologías, lo calmó.

Y así fue como comenzó una historia de amor. Él dejo de pensar en la otra mujer y ella se sentía amaba y necesaria, una reina que había encontrado a su rey.

Sin embargo, pasados unos meses, él volvió de la oficina y la vio jugando con unas mariposas.  Se quitó, entonces, el zapato y mató a esos insectos alados. En el frenesí casi la mata también a ella. Luego le pidió disculpas. Ella subió por su mano, pasando por su brazo hasta llegar al rostro y le besó las lágrimas.

Con todo, esto comenzó a volverse una rutina. Una vez, incluso, la golpeó con su puño desnudo y llegó a romperle varios huesos, entre ellos el fémur. Volvió a pedirle perdón y la cuidó hasta que se recuperase. Lo que ignoraba era que no solo había roto su cuerpo sino su amor.

Ella había decidido abandonarlo. Su trató frío y distante hizo que él se percatara de eso. Una tarde regresó del trabajo y la llamo diciéndole que tenía una sorpresa. Ella fue renqueando hasta la sala de estar y vio una caja de vidrio al lado de una tapa de metal con agujeros más pequeños que ella.

Él la tomó entre sus dedos y la dejó allí cerrando la caja con la lámina de metal.

Ella gritó, lloró, golpeó el vidrio. Pero ya no había nada que pudiera hacer. Esa caja se había vuelto el único mundo donde viviría, quizá para siempre.

 

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