martes, 2 de julio de 2024

Tiempos de clausura

 Maximiliano Basilio Cladakis     


La violencia se expande sobre la Argentina. La posee, la envuelve, la aniquila y transforma. Una violencia que nos retrotrae a las épocas más oscuras de nuestra historia y que pone de manifiesto que el pasado nunca muere. Los actuales verdugos toman los ropajes de los antiguos, y ofrecen como holocausto la sangre del pueblo en los altares del capital. Una teología demoniaca se apropia de todas los dimensiones de nuestra vida. La historia ha sido clausurada, la Patria ha sido destruida, nuestra humanidad es arrebatada día tras día.

Siempre dijimos que la derecha es hambre y represión. La realidad efectiva de la cosa continúa dándonos la razón. La miseria se extiende, despojando a las grandes mayorías a condiciones de vida infrahumanas, a la muerte incluso. Decenas de manifestantes han sido detenidos de manera ilegítima e ilegal sometidos a vejaciones y torturas psicológicas, violando explícitamente sus derechos. Como una burla a nuestra historia, el Gobierno opera a plena luz y se jacta a por redes sociales de quebrar garantías constitucionales, cosa que ni siquiera ocurría en la Dictadura Cívico-Militar.

Celebran la miseria, celebran la represión, celebran el Mal. Sin patria, sin misericordia, sin humanidad, el poder fáctico se realiza en las políticas llevadas a cabo por el poder formal. Y no hay ni siquiera atisbos de justificación. En cierta medida no mienten. Es simplemente lo que decía el Profeta Isaías: dicen bueno a lo malo y a lo malo bueno, hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz.

El dominio es absoluto. Y no hay esperanza. Más aún, no debe haberlas. El futuro será peor que el presente, cada momento del plan de saqueo nos sumergirá en más miseria, en más injusticia y más víctimas serán sacrificadas. La Bestia es el Capital y ellos son sus fanáticos servidores, sus férreos idólatras. Como los servidores de Baal en el Antiguo Testamento están dispuestos a todo. Y ya lo han demostrado.

Dijimos que no debemos guardar esperanzas. Y es así. No debemos depositar nada de esperanzas en los pretores del poder. Debemos convertirnos nosotros en esperanza. Forjar resistencia, instituir espacio-tiempos de humanidad, mirar al otro vulnerado, humanizar y humanizarnos, hacer comunidad.

No hay otra alternativa. En estos momentos de clausura de la historia y de la humanidad, hacernos ser sujetos históricos y humanos es el fundamento de toda posible esperanza.

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