Maximiliano Basilio Cladakis
La violencia se expande
sobre la Argentina. La posee, la envuelve, la aniquila y transforma. Una
violencia que nos retrotrae a las épocas más oscuras de nuestra historia y que pone
de manifiesto que el pasado nunca muere. Los actuales verdugos toman los ropajes
de los antiguos, y ofrecen como holocausto la sangre del pueblo en los altares
del capital. Una teología demoniaca se apropia de todas los dimensiones de
nuestra vida. La historia ha sido clausurada, la Patria ha sido destruida,
nuestra humanidad es arrebatada día tras día.
Siempre dijimos que la
derecha es hambre y represión. La realidad efectiva de la cosa continúa
dándonos la razón. La miseria se extiende, despojando a las grandes mayorías a
condiciones de vida infrahumanas, a la muerte incluso. Decenas de manifestantes
han sido detenidos de manera ilegítima e ilegal sometidos a vejaciones y
torturas psicológicas, violando explícitamente sus derechos. Como una burla a
nuestra historia, el Gobierno opera a plena luz y se jacta a por redes sociales
de quebrar garantías constitucionales, cosa que ni siquiera ocurría en la
Dictadura Cívico-Militar.
Celebran la miseria,
celebran la represión, celebran el Mal. Sin patria, sin misericordia, sin
humanidad, el poder fáctico se realiza en las políticas llevadas a cabo por el
poder formal. Y no hay ni siquiera atisbos de justificación. En cierta medida
no mienten. Es simplemente lo que decía el Profeta Isaías: dicen bueno a lo
malo y a lo malo bueno, hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz.
El dominio es absoluto.
Y no hay esperanza. Más aún, no debe haberlas. El futuro será peor que el
presente, cada momento del plan de saqueo nos sumergirá en más miseria, en más
injusticia y más víctimas serán sacrificadas. La Bestia es el Capital y ellos
son sus fanáticos servidores, sus férreos idólatras. Como los servidores de
Baal en el Antiguo Testamento están
dispuestos a todo. Y ya lo han demostrado.
Dijimos que no debemos
guardar esperanzas. Y es así. No debemos depositar nada de esperanzas en los
pretores del poder. Debemos convertirnos nosotros en esperanza. Forjar
resistencia, instituir espacio-tiempos de humanidad, mirar al otro vulnerado,
humanizar y humanizarnos, hacer comunidad.
No hay otra
alternativa. En estos momentos de clausura de la historia y de la humanidad, hacernos ser sujetos históricos y
humanos es el fundamento de toda posible esperanza.
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