No hay libertad. Hay
destino. Como señala Mark Fisher, existe un realismo
capitalista que significa la imposibilidad de superación, tanto en términos
teóricos como políticos, de lo que es.
La realidad dada es insuperable, estática, imposible de transformar. Solo ha de
ser lo que es. Se impone, pues, un destino. Si el capitalismo se fundamentó, en
sus orígenes, en la noción de libertad, hoy lo hace en la de destino. Los
griegos también pensaban en un destino inexorable que estaba movilizado por una
fuerza que, incluso, era desconocida por los mismos dioses. Esa
fuerza misteriosa adquiere entre nosotros varias denominaciones: mercado,
capital y economía son algunas de ellas.
Cada
uno de nosotros encuentra su vida ya determinada según rol y función en la
división social del trabajo.; la tercera parte de la población mundial se
encuentra subalimentada; el uno por ciento posee el noventa y nueve por ciento
de la riqueza a nivel global. Se trata del orden natural. Es
lo ha de ser porque es lo que es. Es justo que así sea ya que el destino lo
determina. Toda querella contra el modo
en que se encuentra configurado el mundo, se reduce a una simple queja sin
sentido y a la ignorancia en torno a cómo el mundo realmente. Los
querellantes deben ser esclarecidos ya no por pitonisas, sino por economistas,
periodistas y hombres de negocios que operan como mediadores entre los mortales
y estas fuerzas misteriosas que producen y consolidan la realidad.
En
su fase actual el capitalismo determina nuestras vidas en todos sus ámbitos. La
realidad anula la posibilidad. Nuestras opciones se reducen a dos. O bien somos
instrumentos útiles (pero también intercambiables) en el proceso de
maximización y concentración de riquezas. O bien, somos sobrantes, para quienes
no hay derechos ni justicia, sentenciados desde antes de nacer a la
marginalidad. Si estamos en la primera situación, debemos ser agradecidos. Si nos
encontramos en la segunda, solo queda resignarnos. Claro que también está
la alternativa de rebelarnos. Sin embargo, el destino de quienes lo hagan es la
estigmatización, la persecución, la cárcel e, incluso, la muerte.
En esta última opción, no importa si somos figuras reconocidas o no. Cristina Fernández de Kirchner fue dos veces Presidenta de la Argentina. En el ejercicio de Vicepresidenta le gatillaron dos veces en la cabeza, a la vista de todos. Cientos de veces vimos el video. Sin embargo, el intento de magnicidio y de femicidio quedó impune. Incluso, fue celebrado. Hay un libro de Modesto Guerrero sobre Hugo Chávez que lleva por título El hombre que desafío al destino. Cristina también lo hizo. Su gobierno enfrentó a las grandes corporaciones económicas y mediáticas, realizó una ampliación de derechos pocas veces vistas en la historia argentina y llevo a cabo una redistribución del ingreso sumamente relevante. Y por eso fue castigada. Incluso hoy mismo, amplios sectores del peronismo la responsabilizan de la derrota electoral de 2023. La estigmatización por desafiar al destino lo recibe tanto de propios como de ajenos.
Continuando con la Argentina, uno de los dos partidos del actual cogobierno lleva en su nombre la palabra “libertad”. Sin embargo, su plan de gobierno es hacer aún más inexorable el destino. El neoliberalismo que practica como así también el anarcocapitalismo que profesa (cabe aclarar que se trata de una contradicción en los términos) entronizan la realidad dada y hacen sucumbir la libertad de los seres humanos a las fuerzas del capitalismo. La violencia barbárica del actual Presidente puede ser leída, incluso, como la violencia del Destino contra quienes eligen la libertad frente al fatalismo decretado por fuerzas inhumanas.
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