martes, 12 de marzo de 2024

No hay libertad, hay destino.

No hay libertad. Hay destino. Como señala Mark Fisher, existe un realismo capitalista que significa la imposibilidad de superación, tanto en términos teóricos como políticos, de lo que es. La realidad dada es insuperable, estática, imposible de transformar. Solo ha de ser lo que es. Se impone, pues, un destino. Si el capitalismo se fundamentó, en sus orígenes, en la noción de libertad, hoy lo hace en la de destino. Los griegos también pensaban en un destino inexorable que estaba movilizado por una fuerza que, incluso, era desconocida por los mismos dioses.  Esa fuerza misteriosa adquiere entre nosotros varias denominaciones: mercado, capital y economía son algunas de ellas.

Cada uno de nosotros encuentra su vida ya determinada según rol y función en la división social del trabajo.; la tercera parte de la población mundial se encuentra subalimentada; el uno por ciento posee el noventa y nueve por ciento de la riqueza a nivel global. Se trata del orden natural. Es lo ha de ser porque es lo que es. Es justo que así sea ya que el destino lo determina. Toda querella contra el modo en que se encuentra configurado el mundo, se reduce a una simple queja sin sentido y a la ignorancia en torno a cómo el mundo realmente. Los querellantes deben ser esclarecidos ya no por pitonisas, sino por economistas, periodistas y hombres de negocios que operan como mediadores entre los mortales y estas fuerzas misteriosas que producen y consolidan la realidad.

En su fase actual el capitalismo determina nuestras vidas en todos sus ámbitos. La realidad anula la posibilidad. Nuestras opciones se reducen a dos. O bien somos instrumentos útiles (pero también intercambiables) en el proceso de maximización y concentración de riquezas. O bien, somos sobrantes, para quienes no hay derechos ni justicia, sentenciados desde antes de nacer a la marginalidad.  Si estamos en la primera situación, debemos ser agradecidos. Si nos encontramos en la segunda, solo queda resignarnos. Claro que también está la alternativa de rebelarnos. Sin embargo, el destino de quienes lo hagan es la estigmatización, la persecución, la cárcel e, incluso, la muerte.

En esta última opción, no importa si somos figuras reconocidas o no. Cristina Fernández de Kirchner fue dos veces Presidenta de la Argentina. En el ejercicio de Vicepresidenta le gatillaron dos veces en la cabeza, a la vista de todos. Cientos de veces vimos el video. Sin embargo, el intento de magnicidio y de femicidio quedó impune. Incluso, fue celebrado. Hay un libro de Modesto Guerrero sobre Hugo Chávez que lleva por título El hombre que desafío al destino. Cristina también lo hizo. Su gobierno enfrentó a las grandes corporaciones  económicas y mediáticas, realizó una ampliación de derechos pocas veces vistas en la historia argentina y llevo a cabo una redistribución del ingreso sumamente relevante. Y por eso fue castigada. Incluso hoy mismo, amplios sectores del peronismo la responsabilizan de la derrota electoral de 2023. La estigmatización por desafiar al destino lo recibe tanto de propios como de ajenos.

Continuando con la Argentina, uno de los dos partidos del actual cogobierno lleva en su nombre la palabra “libertad”. Sin embargo, su plan de gobierno es hacer aún más inexorable el destino. El neoliberalismo que practica como así también el anarcocapitalismo que profesa (cabe aclarar que se trata de una contradicción en los términos) entronizan la realidad dada y hacen sucumbir la libertad de los seres humanos a las fuerzas del capitalismo. La violencia barbárica del actual Presidente puede ser leída, incluso, como la violencia del Destino contra quienes eligen la libertad frente al fatalismo decretado por fuerzas inhumanas.



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