Maximiliano Basilio Cladakis
I
Tras su triunfo contra
el País de la Noche, la Ciudad de las Estrellas quedó devastada. La otra cara
del éxito militar fue el derrumbe social
y económico. Si bien la nación vencida quedó reducida a cenizas, la vencedora
perdió más de lo que tenía para ganar, si es que verdaderamente tenía algo para
ganar. Ambas formaban parte de la misma
raza y se elevaban sobre el Océano como islas gigantescas, compartían, incluso,
la misma lengua y los mismos dioses.
El enfrentamiento
fratricida fue propiciado por el Continente del Norte. El Concilio de Ancianos
y la Aristocracia habían declarado la guerra a la nación vecina porque esta había comenzado un proyecto de autonomía real,
lo que significaba una afrenta para ese continente que dominaba los destinos de
todos los pueblos ubicados al oeste del Abismo Negro. Y desde hacía dos siglos,
la Ciudad de las Estrellas era la sierva más dócil de ese poder omnívoro que se
alzaba como futuro amo del mundo.
La dirigencia política
y económica había recibido recompensas. Oro, diversos reconocimientos,
palmeadas en las espaldas. El pueblo bajo, en cambio, solo fue víctima de la
miseria y del hambre. Y, sobre todo, del dolor, puesto que los muertos habían
salido de su seno, como siempre ocurre, y como siempre ocurrirá. Las guerras,
pues, son decididas por los ricos y la llevan a cabo los pobres.
Sin embargo, el caos al
que había sido abandonado llevó a que el pueblo comenzara a organizarse.
Fue entonces cuando apareció Alexia. El pueblo
vio en ella compasión, fortaleza e inteligencia. Rápidamente la proclamó
tácitamente como su líder. Ella había formado parte de los movimientos
antibélicos con su marido. Sin embargo, este fue puesto en prisión y murió
torturado en la Torre del Castigo.
II
Si bien, como ya
dijimos, al comienzo se trataba de una organización para sobrevivir (es decir,
tejer lazos de solidaridad, repartir de manera equitativa los pocos alimentos
que poseían para que a ninguno le falte, que unos ayuden a los otros) y las
protestas eran pocas y pacíficas, únicamente reclamando una mínima ayuda de los
gobernantes, eso cambió rápidamente. Ni
el Concilio de Ancianos ni la aristocracia veían con buenos ojos que el pueblo
se organice, aun cuando no representase un peligro directo para sus intereses.
Entonces decidieron enviar al ejército.
El poder suele incurrir, embriagado en la
soberbia, en esas estupideces que atentan contra sus propios intereses. Era
mejor para ellos ceder una porción mínima de las riquezas acumuladas que
arriesgarse a perder todo. Sin embargo, eligieron lo segundo.
Comenzó, entonces, una revuelta que culminó en una revolución. El
pueblo que se había organizado para sobrevivir, se alzó contra sus gobernantes
y opresores. La lucha duró cinco años y finalmente el Concilio y la
aristocracia fueron derrotados. Habían pedido ayuda al Continente del Norte
pero este estaba ocupado luchando contra los reinos del este.
Alexia había liderado la revolución y nadie
dudo que ella debía ser la nueva gobernanta.
III
Una de las primeras
medidas del gobierno de Alexia fue condenar al exilio a los integrantes del
Concilio de Ancianos y a varias de las familias que dirigían la aristocracia de
la ciudad. La gobernanta hizo primar la compasión ya que muchos anhelaban ejecutar
a los responsables de su desgracia.
También rompió relaciones con el
Continente del Norte y estableció una alianza con todas las naciones del sur
para un desarrollo autónomo de la región. Pidió públicamente perdón al País de
la Noche y comenzó su reconstrucción mientras que le daba la ciudadanía a los
sobrevivientes de la guerra.
Podría decirse que
Alexia refundó la Ciudad de las Estrellas. Terminó con el régimen de castas; se
distribuyeron las riquezas de tal forma que a nadie le faltaba y a nadie le sobraba nada. Bajo su gobierno,
la ciudad alcanzó un esplendor que no había tenido ni siquiera en los tiempos
míticos. Obviamente, tenía enemigos tanto dentro como fuera de su país y fue
víctima de incontables atentados. Sin embargo, el amor del pueblo y la gracia
de los dioses no permitieron que pasara a mayores.
IV
Tras cincuenta años de
gobierno, Alexia murió. Lo hizo en paz, con la satisfacción del deber cumplido.
Y con la certeza de reencontrase con su esposo en el mundo que es después de
este mundo. El pueblo la lloró de manera desconsolada. El funeral duró un mes y
su cuerpo fue entregado al mar, tal como era su voluntad.
Hubo luto durante un año. Se elevaron varias
esculturas en su honor y se renombraron palacios y museos con su nombre. Muchos
quisieron rebautizar la nación con su nombre. Sin embargo, la propia Alexia
había dicho que eso no debía ocurrir.
V
Se dio un traspaso en
el modo de gobierno. Esta era una idea de la propia Alexia que no llegó a
realizar en vida. No habría un único gobernante sino que el pueblo elegiría de
su seno a veinticuatro mujeres y hombres para que conformaran un Consejo de
Gobierno. Cada uno se mantendría en su puesto durante cinco años y luego se
realizarían nuevamente elecciones.
El sistema funcionó.
Los miembros del Consejo gobernaron en el mismo sentido que lo había hecho
Alexia. La ciudad de las Estrellas continúo creciendo en prosperidad y
justicia. Esto duro unos cien años.
Sin embargo, el
Continente del Norte y los descendientes de la antigua aristocracia aún
acechaban en las sombras. Hubo incontables intentos fallidos de insurrecciones
y de regreso al poder. Se trató de un fracaso tras otro. Pero ninguna victoria
y ninguna derrota son eternas.
Entre el pueblo, había
aparecido un hombre que hablaba solo, deambulando por las calles con sus
perros. Balbuceaba incoherencias, a veces a los gritos, a veces en susurros.
Nadie sabía de dónde provenía ni donde vivía. Por momentos, atacaba a la gente,
por momentos, les hablaba en tono calmo tratando de convérselos de sus delirios
con argumentos dementes. La frase que repetía con más asiduidad era: “¡Quiero
más!” Comenzaron a llamarlo el Profeta Loco y era un objeto de burla. Incluso,
se comenzó a decir la frase “¡Quiero más!” como un una broma.
Pero donde la mayoría
veía algo para burlarse, el oscuro poder que acechaba a la Ciudad de las
Estrellas, vio una oportunidad.
VI
Hubo una epidemia que
diezmó a gran parte de la población, tanto del norte como del sur. El gobierno
de la Ciudad Celeste se vio a obligado a tomar medidas poco agradables pero
necesarias para resguardar a sus ciudadanos. Cuarentenas, medidas disciplinares
para quienes rompían los reglamentos de cuidado social, aislamiento de los
enfermos. Fue un momento de mucho sufrimiento e incertidumbre. El azote de esa
plaga duró casi dos años. Pasada la peste hubo escasez de bienes. Si bien a
nadie le faltaba lo necesario para sobrevivir, eso causó un malestar general.
Ese contexto, sumado al
apoyo que recibía de los espías del Continente del Norte y de los adoradores
del antiguo régimen, el Profeta Loco comenzó a ser escuchado, no como una
burla, sino como alguien a quien tomarse en serio. De a poco, fue ganando
influencia y su frase “¡Quiero más!” comenzó a decirse como un reclamo en medio
de la escasez.
El Consejo de Gobierno,
ocupado en tratar de reconstruir lo perdido tras la epidemia, cometió un error
gravísimo: le restó importancia a ese demente que deambulaba por las calles y
que aglutinaba a la muchedumbre a su alrededor.
Pensaron que era solo un fenómeno momentáneo. Y, cuando se dieron cuenta
de la seriedad del asunto, fue demasiado tarde.
Gran Parte de la
población, entre ella el ejército, comenzó a manifestarse en contra del
gobierno. Y no sólo eso, sino que, siguiendo los delirios del Profeta Loco,
lanzaban insultos contra los principios de justicia e igualdad llevados a cabo
por Alexia. Porque ese era el núcleo del mensaje del demente: afirmar que la
justicia e igualdad eran aberraciones y que ellos eran los motivos de la crisis
actual. Incluso, se profanaron varias de las esculturas y símbolos que homenajeaban estos valores.
“¡Quiero más!””¡Quiero
más!”, repetían al unísono miles de personas.
Había un reclamo
imperante. Que el Profeta Loco sea el nuevo gobernante de la Ciudad. Según el
orden institucional era algo imposible, pero para evitar un golpe militar o una
guerra civil, se llamó a elecciones. Más de la mitad de la población eligió que
se transforme la vida institucional y que el Profeta Loco asuma el gobierno de
manera unipersonal y por tiempo indefinido.
VIII
Cuando el Profeta Loco
asumió el gobierno realizó cambios brutales en la ciudad. Derribó todas las
esculturas de Alexia, destruyó toda su obra, restableció las relaciones con el
Continente del Norte y rompió relaciones con las naciones hermanas de sur. Y no
sólo eso, sino que volvió a restituir el orden de castas con el que la Revolución
había terminado. Los descendientes de la antigua aristocracia fueron invitados
a regresar a la Ciudad de las Estrellas. Se los recibió con honores y se les
devolvieron los campos y palacios que habían sido de sus antepasados. Regresó,
entonces, el hambre y la miseria. Los seguidores que tenía entre el pueblo
tuvieron esperanzas durante un tiempo. Sin embargo, no llegaron los cambios que
esperaban. Quienes gritaban “¡Quiero más!, se vieron a sí mismo teniendo menos,
e, incluso siendo despojados de todo.
Eso llevó a una gran
división entre el pueblo ya que los que habían rechazado al Profeta Loco
acusaban a quienes lo habían apoyado de ser responsables de la situación
actual.
IX
Parte del pueblo
comenzó a organizarse. En la memoria colectiva y en los libros de historia, la
antigua revolución seguía viva. Pero ya era tarde. La aristocracia y el
Continente del Norte sabían que no debían permitir que ocurriera lo mismo que
ocurrió ciento cincuenta años atrás. Una cantidad enorme de soldados del
Continente del Norte había arribado para contener toda posible insurrección. Se
reprimió y encarceló el más mínimo vestigio de oposición al nuevo régimen.
Cárceles, torturas y asesinatos eran realizados de modos preventivos ante
cualquier atisbo de rebeldía. Hubo una manifestación masiva que fue derrotada
de la manera más sangrienta. Miles perdieron la vida entre las espadas, lanzas
y flechas del ejército. No hubo piedad ni para niños ni para mujeres ni para
ancianos.
Unas semanas luego de
la matanza, el Profeta Loco recibió a uno de los embajadores del Continente del
Norte y en un acto realizado en la Plaza Central proclamó que la Ciudad de las
Estrellas le declaraba la Guerra a los Reinos del Este. Entre los aplausos de
la comitiva extranjera gritó con vehemencia: “¡Quiero más!”.
X
Y así comenzó el
principio del fin. Se enroló a la fuerza a gran parte de la población masculina
y en un acto de locura sin precedentes se los envió a invadir a los Reinos del
Este, cosa que ni el Continente del Norte se atrevía a hacer, ya que las batallas
que libraba con estos eran en territorios fronterizos.
Antes del inicio de la guerra, el Profeta
Loco, que nunca había tomado una espada ni una lanza en toda su vida, comenzó a
aparecer vistiendo una armadura de oro y bronce, montando en un caballo al que
apenas podía dominar y arengaba a las tropas.
Cuando las tropas de la
Ciudad de las Estrellas desembarcaron en las costas del Este fueron masacradas
de inmediato. Sin embargo, el Profeta Loco continúo reclutando soldados y enviándolos a la muerte mientras,
cada tanto, daba algún discurso augurando en su delirio el triunfo.
El hambre, la miseria y la guerra volvieron a
reinar sobre la Ciudad. Sin embargo, a diferencia de otras veces, ya no había
marcha atrás.
XI
Los Reinos de Este eran
altivos y orgullos. Si bien, al comienzo, se limitaron únicamente a dar la
batalla de modo defensivo contra los escuetos ejércitos de la Ciudad de las
Estrellas, los continuos envíos de tropas y los discursos altisonantes del
Profeta Loco sobrepasaron su paciencia.
Eran expertos en la
Magia del Fuego. Los hechiceros más poderosos de la región se reunieron en la
cima del Monte de Arena y durante cuarenta días realizaron un ritual que hacía
más de mil años que no se llevaba a cabo.
XII
Al cabo de ese tiempo,
los habitantes de la Ciudad de las Estrellas vieron a los cielos volverse rojos
en medio de la noche. Un sonido de similar al de las trompetas causó un estupor
general. La gente salió a la calle. Estaban presas del pánico sin entender que
sucedía.
El Profeta Loco fue
despertado y le informaron lo que estaba sucediendo. Salió a uno de los patios
del Palacio y, al igual que los demás ciudadanos no entendía que ocurría.
Entonces enormes bolas
de fuego cayeron sobre la ciudad.
XIII
No hubo distinción de
clases ni de género ni de edad. El fuego igualó a todos en una devastación
absoluta. Los pobres y los ricos sufrieron ese infierno proveniente del cielo
de la misma manera. Absolutamente toda la Ciudad de las Estrellas fue
consumida. Incluso la tierra misma se abrió, quebrándose en masas informes y
siendo deglutida por el mar.
XIV
Hubo un momento de
conmoción para las demás naciones. Sobre todo, para el Continente del Norte ya
que había perdido a su siervo más leal. Sin embargo, sabía que podía encontrar
a otros.
Al poco tiempo, la
Ciudad de las Estrellas fue olvidada y su historia se redujo a leyendas que
apenas son contadas.


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