Maximiliano Basilio Cladakis
Las fuerzas
deshumanizantes del capitalismo se encuentran desatando sus potencias
destructivas sobre el mundo. La tierra y la humanidad que la habita son reducidas
a meros recursos empleables. Y lo que no posea utilidad es arrojado a la
muerte, simbólica, económica o física. Todo se reduce al valor de cambio. No
existen más que mercancías. La dignidad
humana y la misma naturaleza son aniquiladas en pos de la maximización de
ganancias. Ya en el siglo XIX, Marx advertía sobre el carácter profundamente
inhumano del capitalismo. Esto se ha profundizado a niveles que, como señala el
filósofo italiano Biffo Berardi, estamos al borde de la extinción.
Nuestro país no es la
excepción, como quizá si lo fue unos años atrás. Y, no sólo no es la excepción,
sino que parece que nos encontramos viviendo en el núcleo de lo más brutal del
capitalismo. El gobierno de coalición LLA-PRO
(quien escribe agregaría a la fuerza política que alguna vez fue la UCR) avasalla, en cada una de sus
decisiones, la humanidad de la mayor parte de la población. Nos arrebatan
derechos a diario, lo que significa que nos arrebatan de manera cotidiana algo
de humanidad. Muchos sentimos la sensación de que estamos presas del caos y la
demencia. Sin embargo, no es así. Hay racionalidad. Es la racionalidad del
(cito de nuevo a Berardi) fascismo financiero. Lo de “anarco-capitalismo” no
existe, y tampoco debe mancillarse la palabra “anarquía”, ni “libertario”.
Ambos términos forman parte de lo más digno de las tradiciones emancipatorias
de los siglos XIX y XX.
La apropiación de términos,
la manipulación del lenguaje, las estrategias mediáticas, nos entregan a los
altares del capital concentrado. Un régimen inhumano que apela a una teología
que llaman “economía” exige sacrificios cada vez mayores a las víctimas de
siempre. Aniquilamiento de los derechos laborales, devastación de las
jubilaciones, desmantelamiento de los sistemas de educación y salud; todo
llevado a cabo en nombre de la “libertad” y de términos esotéricos como “déficit
cero”, “reducción del gasto público”, etc.
Esa teología parece insuperable y nos sumerge en un oscurantismo más
terrible que el de la Edad Media.
Son épocas de profunda
deshumanización. El pesimismo nos embriaga. Y está bien que sea así, puesto que
se corre el riesgo de incurrir en una esperanza ingenua que tiene su apoteosis
en la frase “hay que darles tiempo” Sin embargo, si el pesimismo nos lleva al
nihilismo, nos convertimos en cómplices del régimen. El otro, la historia, las víctimas,
nuestra misma Patria nos interpelan.
Sobre este horizonte de
violencia, injusticia y vejación constante, se nos presenta, entonces, una
doble tarea. Por un lado, la crítica (intelectual y política) a la aniquilación de la que estamos siendo
testigos. Por otra parte, comprometernos con las víctimas, mirar a ese otro
llevado a la desgracia. Humanizar y humanizarnos. Y que nuestras palabras, acciones y gestos atestigüen
que otro mundo es posible. En un ámbito donde la historia parece clausura por
las fuerzas inhumanas, se trata de hacer lo imposible para extender el campo de
lo posible.
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