Maximiliano Basilio Cladakis
Intentaron
asesinar a Cristina. Ese es el acontecimiento nuclear de la historia argentina
reciente. Un acontecimiento cuyas ramificaciones se extienden
y profundizan hasta el día de hoy. Le gatillaron dos veces en la cabeza, entre
una multitud, a la vista de todos. La televisión y las redes sociales
repitieron la escena de manera infinita. Dos veces Presidenta, Vicepresidenta
en ejercicio en ese momento, líder de la fuerza política más importante de
nuestro país, así y todo, un arma fue puesta frente a ella. Y, sin embargo, se
trató como un hecho menor.
Decidimos
pasarlo por alto, convertir el acontecimiento que vejó a la democracia
argentina, en una noticia más, entre otras. No nos
detuvimos a reflexionar sobre el retorno de la violencia política en la
Argentina, ni sobre el modo en que fuerzas oscuras y fascistas que,
ingenuamente, creíamos superadas continuaban al acecho, ni sobre el rol de la
oposición de derechas (actualmente oficialismo) que se negó a proclamar un repudio
sobre el hecho, ni sobre sus vínculos con los perpetradores materiales.
Banalizamos
el hecho y nos banalizamos a nosotros mismos. Por un lado,
la oposición política y mediática al gobierno de entonces obtuvo un triunfo. Vieron
cristalizados y materializados sus discursos de odio. Cristina era definida
como el cáncer de la Argentina, se intentó eliminar ese cáncer y nadie los
condenó. Demostraron que su impunidad es absoluta. Pueden escribir y pronunciar
los discursos más atroces y nadie los cuestionará. Incluso, los lemas de
campaña de las elecciones presidenciales del año pasado prometían eliminar al
kirchnerismo y encerrar en una prisión a Cristina, a la víctima del atentado.
El odio ya podía expresarse libremente sin ningún límite. Y, tras las
elecciones, esa libertad se acrecentó. El cincuenta y seis por ciento de la
población decidió que así sea. La
mayoría del electorado dio su apoyo al odio, le otorgó aún más poder a los
hacedores y profetas de la violencia en la Argentina.
Cabría preguntarse,
entonces, si no es pecar de ingenuidad asombrarse
por la situación que estamos atravesando. Estaba a la vista de todos. Solo
restaba pensar, reflexionar, leer el modo en que se iban entrelazando los
acontecimientos. Represión, detenciones ilegales, discursos de odio, en algún
punto ya estaba anunciado. La derecha no
es democrática, lleva in nuce al
fascismo. Si las condiciones lo permiten desplegará toda su violencia represiva,
discursiva y económica. Y las condiciones se dieron. El atentado a Cristina fue
el momento de cristalización, el momento donde todo fue habilitado.
Por otra parte, también
se encuentran los comunicadores y referentes opositores al actual gobierno que
se suman al proceso de demonización de Cristina. Antiguos aliados que hoy ven
en ella a la responsable de la derrota electoral del año pasado, que centran
todas sus críticas en ella con una vehemencia que, a veces, es mayor que la de
la propia derecha. Cristina es la que hizo las cosas mal, no la que fue víctima
de un intento de asesinato. Al igual que sus rivales, convierten a la víctima
en victimario. En el mejor de los casos
se trata de un error de lectura sobre la coyuntura; en el peor, de cobardía,
complicidad y traición.

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