Todo se disuelve. La realidad no es lo que creemos. El Abismo: esa es la verdad. Nuestras creencias son falsas. Y, en algún lugar de nuestras almas, lo sabemos. No hay orden, tan solo apariencia de orden. El caos es quien gobierna nuestras vidas y al universo en su totalidad. Lo percibimos en nuestros miedos absurdos, en ciertos momentos de angustia, en sueños que nos abren portales a la verdad del mundo. Todo existe en todos los planos. El nihilista que afirma que no cree en nada es un optimista ingenuo. Y la ingenuidad es un pecado. Debemos estar preparados. La realidad es frágil. Se encuentra desmoronándose a cada instante. Debajo y por encima de ella, dioses, demonios, entidades cósmicas innombrables, los fuegos de infiernos que ni siquiera Dante se atrevió a descubrir moldean nuestra cotidianidad. No hay nada estable. Todo, incluso nosotros mismos, nos encontramos disolviéndonos entre fuerzas que se devoran el cosmos como si se tratara de un simple juego de niños, tan solo para divertirse.
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