José Antonio Silva
Maximiliano Basilio Cladakis
Hay historias que superan la realidad. Aunque, a decir verdad, no son la mayoría. Sí forma parte de ellas la de Galvarino. Se trata de una historia de honor, de resistencia, de un coraje que trasciende lo humanamente comprensible, de un amor por su pueblo y por su tierra que eclipsaría incluso a Odiseo. Podría haber sido creada por Homero o por Virgilio, incluso por Robert E. Howard o por J. R. R. Tolkien. Sin embargo, fue el propio Galvarino quien creo su historia, creándose a sí mismo y creando un símbolo que continúa vivo aun en nuestros días.
Su historia es la de la colonización de estas tierras, luego llamadas América. No es la historia relatada en los viejos manuales de historia. No celebra el espíritu emprendedor y aventurero de españoles que no eran otra cosa que criminales sedientos de oro, poder y sangre. Es el otro lado de la colonización, el lado oculto, el de la resistencia al genocidio más grande perpetrado en este trágico sinsentido que es la humanidad.
En los albores de la Conquista, en los comienzos de la masacre, Galvarino formó parte de la resistencia mapuche. Fue un guerrero formidable en batallas absolutamente desiguales. Junto a sus hermanos luchó con fiereza contra uno de los imperios más grandes y salvajes de la época.
Durante una de esas batallas, cayó prisionero de los invasores. Lo sometieron a un castigo brutal que debía ser también una advertencia: cortaron sus dos manos. Al mando de los españoles estaba García Hurtado de Mendoza, uno de los encargados de la brutalidad genocida, recordado hoy como un héroe, y homenajeado en calles que llevan su nombre. Esa vez, como tantas otras, quedó de manifiesto que la Civilización era y es la verdadera barbarie.
Luego de mutilarle sus dos miembros lo enviaron de regreso a su pueblo. Debía ser un mensaje de terror que obligase al pueblo mapuche a rendirse a los pies del León de España. Sin embargo, ocurrió lo contrario.
Cuando estuvo frente a los suyos exigió continuar luchando. Juró no rendirse y su voz encendió el deseo de libertad y resistencia.
Cuando volvió al combate, luchó sin manos, con cuchillos atados a sus muñones. Convirtió su mutilación en un arma, en un signo de fortaleza. Causo el horror de los invasores. Era una visión del otro mundo, un monstruo salido de sus pesadillas. Y como siempre ocurre, todo se abre en dos perspectivas, la de los opresores y la de los oprimidos. La imagen que era la pesadilla de los primeros, fue la esperanza de los segundos.
Finalmente, fue capturado nuevamente y esta vez ejecutado.
Sin embargo, la muerte no pudo terminar su historia. Por el contrario, la inmortalizó. Pasados casi quinientos Galvarino continúa presente en todo acto de resistencia, de lucha contra un sistema brutal, salvaje. Es uno de los fantasmas que recorre América y al que temen los imperios de distinta índole. Ese espíritu nunca debe morir. Y, sabemos, que nunca lo hará.

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