Astrid Soledad Rosato
Se
sirvió agua en el mate y escuchó como este le hablaba. Miró dentro de la yerba,
húmeda y caliente, y sumergió los dedos hasta el fondo quemándose. Gritó de impotencia. La voz seguía intacta.
Nada lograba apagarla. Ni siquiera el dolor. Le hablaba de cosas terribles y de
orígenes desconocidos.
Tiró
el mate contra la pared. La voz se esparció como una luz por toda la casa,
tomando paredes, pisos y muebles. No había donde correr. Se escondió bajo la
cama. Sentía como unos pasos pesados se acercaban. Goteaba algo acuoso. La voz
gemía y reía.
Buscando
escapar se arrastró lentamente hasta el baño. Cerró la puerta con llave. Del otro
lado, la voz estaba furiosa. Arañaba y golpeaba. Se escurrió por debajo de la
puerta. No era sencillo para ella materializarse pero lo estaba logrando. Él cerró
los ojos, se tapó los oídos y gritó con fuerza.
Ya
nada importaba. Entre gritos, rogaba internamente tener algo de paz y de
silencio. Su piel se había vuelto levemente roja, en realidad rojiza. No lo
notó sino hasta el momento en que lentamente levantó la vista, encontrándose
con el espejo.
Sus
ojos se cruzaron con su reflejo. Sonrió. Una mueca se dibujó en su cara, como
si la estuvieran tironeando de otro lado. El cuello hizo lo suyo, una
contracción fugaz.
La
voz por fin tenía un lugar cómodo donde vivir.
Lo
que la voz no anticipaba era que en tres meses ese cuerpo sería Presidente de
la Nación.
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Muy bueno. La Ficción conduce a estancias del alma, a veces, otras veces nos ahoga en realidad. Siempre es necesaria.
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