martes, 21 de mayo de 2024

La Ciudad de las Estrellas

 

Maximiliano Basilio Cladakis


I

Tras su triunfo contra el País de la Noche, la Ciudad de las Estrellas quedó devastada. La otra cara del éxito militar fue el  derrumbe social y económico. Si bien la nación vencida quedó reducida a cenizas, la vencedora perdió más de lo que tenía para ganar, si es que verdaderamente tenía algo para ganar. Ambas  formaban parte de la misma raza y se elevaban sobre el Océano como islas gigantescas, compartían, incluso, la misma lengua y los mismos dioses.

El enfrentamiento fratricida fue propiciado por el Continente del Norte. El Concilio de Ancianos y la Aristocracia habían declarado la guerra a la nación vecina porque esta  había comenzado un proyecto de autonomía real, lo que significaba una afrenta para ese continente que dominaba los destinos de todos los pueblos ubicados al oeste del Abismo Negro. Y desde hacía dos siglos, la Ciudad de las Estrellas era la sierva más dócil de ese poder omnívoro que se alzaba como futuro amo del mundo.

La dirigencia política y económica había recibido recompensas. Oro, diversos reconocimientos, palmeadas en las espaldas. El pueblo bajo, en cambio, solo fue víctima de la miseria y del hambre. Y, sobre todo, del dolor, puesto que los muertos habían salido de su seno, como siempre ocurre, y como siempre ocurrirá. Las guerras, pues, son decididas por los ricos y la llevan a cabo los pobres.

Sin embargo, el caos al que había sido abandonado llevó a que el pueblo comenzara a organizarse.

 Fue entonces cuando apareció Alexia. El pueblo vio en ella compasión, fortaleza e inteligencia. Rápidamente la proclamó tácitamente como su líder. Ella había formado parte de los movimientos antibélicos con su marido. Sin embargo, este fue puesto en prisión y murió torturado en la Torre del Castigo.

 

II

Si bien, como ya dijimos, al comienzo se trataba de una organización para sobrevivir (es decir, tejer lazos de solidaridad, repartir de manera equitativa los pocos alimentos que poseían para que a ninguno le falte, que unos ayuden a los otros) y las protestas eran pocas y pacíficas, únicamente reclamando una mínima ayuda de los gobernantes,  eso cambió rápidamente. Ni el Concilio de Ancianos ni la aristocracia veían con buenos ojos que el pueblo se organice, aun cuando no representase un peligro directo para sus intereses. Entonces decidieron enviar al ejército.

 El poder suele incurrir, embriagado en la soberbia, en esas estupideces que atentan contra sus propios intereses. Era mejor para ellos ceder una porción mínima de las riquezas acumuladas que arriesgarse a perder todo. Sin embargo, eligieron lo segundo.

Comenzó, entonces,  una revuelta que culminó en una revolución. El pueblo que se había organizado para sobrevivir, se alzó contra sus gobernantes y opresores. La lucha duró cinco años y finalmente el Concilio y la aristocracia fueron derrotados. Habían pedido ayuda al Continente del Norte pero este estaba ocupado luchando contra los reinos del este.

 Alexia había liderado la revolución y nadie dudo que ella debía ser la nueva gobernanta.

 

III

Una de las primeras medidas del gobierno de Alexia fue condenar al exilio a los integrantes del Concilio de Ancianos y a varias de las familias que dirigían la aristocracia de la ciudad. La gobernanta hizo primar la compasión ya que muchos anhelaban ejecutar a los responsables de su desgracia.  También rompió  relaciones con el Continente del Norte y estableció una alianza con todas las naciones del sur para un desarrollo autónomo de la región. Pidió públicamente perdón al País de la Noche y comenzó su reconstrucción mientras que le daba la ciudadanía a los sobrevivientes de la guerra.

Podría decirse que Alexia refundó la Ciudad de las Estrellas. Terminó con el régimen de castas; se distribuyeron las riquezas de tal forma que a nadie le faltaba  y a nadie le sobraba nada. Bajo su gobierno, la ciudad alcanzó un esplendor que no había tenido ni siquiera en los tiempos míticos. Obviamente, tenía enemigos tanto dentro como fuera de su país y fue víctima de incontables atentados. Sin embargo, el amor del pueblo y la gracia de los dioses no permitieron que pasara a mayores.

 

IV

Tras cincuenta años de gobierno, Alexia murió. Lo hizo en paz, con la satisfacción del deber cumplido. Y con la certeza de reencontrase con su esposo en el mundo que es después de este mundo. El pueblo la lloró de manera desconsolada. El funeral duró un mes y su cuerpo fue entregado al mar, tal como era su voluntad.

 Hubo luto durante un año. Se elevaron varias esculturas en su honor y se renombraron palacios y museos con su nombre. Muchos quisieron rebautizar la nación con su nombre. Sin embargo, la propia Alexia había dicho que eso no debía ocurrir.

 

V

Se dio un traspaso en el modo de gobierno. Esta era una idea de la propia Alexia que no llegó a realizar en vida. No habría un único gobernante sino que el pueblo elegiría de su seno a veinticuatro mujeres y hombres para que conformaran un Consejo de Gobierno. Cada uno se mantendría en su puesto durante cinco años y luego se realizarían nuevamente elecciones.

El sistema funcionó. Los miembros del Consejo gobernaron en el mismo sentido que lo había hecho Alexia. La ciudad de las Estrellas continúo creciendo en prosperidad y justicia. Esto duro unos cien años.

Sin embargo, el Continente del Norte y los descendientes de la antigua aristocracia aún acechaban en las sombras. Hubo incontables intentos fallidos de insurrecciones y de regreso al poder. Se trató de un fracaso tras otro. Pero ninguna victoria y ninguna derrota son eternas.

Entre el pueblo, había aparecido un hombre que hablaba solo, deambulando por las calles con sus perros. Balbuceaba incoherencias, a veces a los gritos, a veces en susurros. Nadie sabía de dónde provenía ni donde vivía. Por momentos, atacaba a la gente, por momentos, les hablaba en tono calmo tratando de convérselos de sus delirios con argumentos dementes. La frase que repetía con más asiduidad era: “¡Quiero más!” Comenzaron a llamarlo el Profeta Loco y era un objeto de burla. Incluso, se comenzó a decir la frase “¡Quiero más!” como un una broma.

Pero donde la mayoría veía algo para burlarse, el oscuro poder que acechaba a la Ciudad de las Estrellas, vio una oportunidad.

 

VI

Hubo una epidemia que diezmó a gran parte de la población, tanto del norte como del sur. El gobierno de la Ciudad Celeste se vio a obligado a tomar medidas poco agradables pero necesarias para resguardar a sus ciudadanos. Cuarentenas, medidas disciplinares para quienes rompían los reglamentos de cuidado social, aislamiento de los enfermos. Fue un momento de mucho sufrimiento e incertidumbre. El azote de esa plaga duró casi dos años. Pasada la peste hubo escasez de bienes. Si bien a nadie le faltaba lo necesario para sobrevivir, eso causó un malestar general.

Ese contexto, sumado al apoyo que recibía de los espías del Continente del Norte y de los adoradores del antiguo régimen, el Profeta Loco comenzó a ser escuchado, no como una burla, sino como alguien a quien tomarse en serio. De a poco, fue ganando influencia y su frase “¡Quiero más!” comenzó a decirse como un reclamo en medio de la escasez.

El Consejo de Gobierno, ocupado en tratar de reconstruir lo perdido tras la epidemia, cometió un error gravísimo: le restó importancia a ese demente que deambulaba por las calles y que aglutinaba a la muchedumbre a su alrededor.  Pensaron que era solo un fenómeno momentáneo. Y, cuando se dieron cuenta de la seriedad del asunto, fue demasiado tarde.

Gran Parte de la población, entre ella el ejército, comenzó a manifestarse en contra del gobierno. Y no sólo eso, sino que, siguiendo los delirios del Profeta Loco, lanzaban insultos contra los principios de justicia e igualdad llevados a cabo por Alexia. Porque ese era el núcleo del mensaje del demente: afirmar que la justicia e igualdad eran aberraciones y que ellos eran los motivos de la crisis actual. Incluso, se profanaron varias de las esculturas y símbolos que  homenajeaban estos valores.

“¡Quiero más!””¡Quiero más!”, repetían al unísono miles de personas.

Había un reclamo imperante. Que el Profeta Loco sea el nuevo gobernante de la Ciudad. Según el orden institucional era algo imposible, pero para evitar un golpe militar o una guerra civil, se llamó a elecciones. Más de la mitad de la población eligió que se transforme la vida institucional y que el Profeta Loco asuma el gobierno de manera unipersonal y por tiempo indefinido.

 

 

VIII

Cuando el Profeta Loco asumió el gobierno realizó cambios brutales en la ciudad. Derribó todas las esculturas de Alexia, destruyó toda su obra, restableció las relaciones con el Continente del Norte y rompió relaciones con las naciones hermanas de sur. Y no sólo eso, sino que volvió a restituir el orden de castas con el que la Revolución había terminado. Los descendientes de la antigua aristocracia fueron invitados a regresar a la Ciudad de las Estrellas. Se los recibió con honores y se les devolvieron los campos y palacios que habían sido de sus antepasados. Regresó, entonces, el hambre y la miseria. Los seguidores que tenía entre el pueblo tuvieron esperanzas durante un tiempo. Sin embargo, no llegaron los cambios que esperaban. Quienes gritaban “¡Quiero más!, se vieron a sí mismo teniendo menos, e, incluso siendo despojados de todo.

Eso llevó a una gran división entre el pueblo ya que los que habían rechazado al Profeta Loco acusaban a quienes lo habían apoyado de ser responsables de la situación actual.

 

IX

Parte del pueblo comenzó a organizarse. En la memoria colectiva y en los libros de historia, la antigua revolución seguía viva. Pero ya era tarde. La aristocracia y el Continente del Norte sabían que no debían permitir que ocurriera lo mismo que ocurrió ciento cincuenta años atrás. Una cantidad enorme de soldados del Continente del Norte había arribado para contener toda posible insurrección. Se reprimió y encarceló el más mínimo vestigio de oposición al nuevo régimen. Cárceles, torturas y asesinatos eran realizados de modos preventivos ante cualquier atisbo de rebeldía. Hubo una manifestación masiva que fue derrotada de la manera más sangrienta. Miles perdieron la vida entre las espadas, lanzas y flechas del ejército. No hubo piedad ni para niños ni para mujeres ni para ancianos.

Unas semanas luego de la matanza, el Profeta Loco recibió a uno de los embajadores del Continente del Norte y en un acto realizado en la Plaza Central proclamó que la Ciudad de las Estrellas le declaraba la Guerra a los Reinos del Este. Entre los aplausos de la comitiva extranjera gritó con vehemencia: “¡Quiero más!”.

 

X

Y así comenzó el principio del fin. Se enroló a la fuerza a gran parte de la población masculina y en un acto de locura sin precedentes se los envió a invadir a los Reinos del Este, cosa que ni el Continente del Norte se atrevía a hacer, ya que las batallas que libraba con estos eran en territorios fronterizos.

 Antes del inicio de la guerra, el Profeta Loco, que nunca había tomado una espada ni una lanza en toda su vida, comenzó a aparecer vistiendo una armadura de oro y bronce, montando en un caballo al que apenas podía dominar y arengaba a las tropas.

Cuando las tropas de la Ciudad de las Estrellas desembarcaron en las costas del Este fueron masacradas de inmediato. Sin embargo, el Profeta Loco continúo reclutando  soldados y enviándolos a la muerte mientras, cada tanto, daba algún discurso augurando en su delirio el triunfo.

 El hambre, la miseria y la guerra volvieron a reinar sobre la Ciudad. Sin embargo, a diferencia de otras veces, ya no había marcha atrás.

 

XI

Los Reinos de Este eran altivos y orgullos. Si bien, al comienzo, se limitaron únicamente a dar la batalla de modo defensivo contra los escuetos ejércitos de la Ciudad de las Estrellas, los continuos envíos de tropas y los discursos altisonantes del Profeta Loco sobrepasaron su paciencia.

Eran expertos en la Magia del Fuego. Los hechiceros más poderosos de la región se reunieron en la cima del Monte de Arena y durante cuarenta días realizaron un ritual que hacía más de mil años que no se llevaba a cabo.

 

XII

Al cabo de ese tiempo, los habitantes de la Ciudad de las Estrellas vieron a los cielos volverse rojos en medio de la noche. Un sonido de similar al de las trompetas causó un estupor general. La gente salió a la calle. Estaban presas del pánico sin entender que sucedía.

El Profeta Loco fue despertado y le informaron lo que estaba sucediendo. Salió a uno de los patios del Palacio y, al igual que los demás ciudadanos no entendía que ocurría.

Entonces enormes bolas de fuego cayeron sobre la ciudad.

XIII

No hubo distinción de clases ni de género ni de edad. El fuego igualó a todos en una devastación absoluta. Los pobres y los ricos sufrieron ese infierno proveniente del cielo de la misma manera. Absolutamente toda la Ciudad de las Estrellas fue consumida. Incluso la tierra misma se abrió, quebrándose en masas informes y siendo deglutida por el mar.

 

XIV

Hubo un momento de conmoción para las demás naciones. Sobre todo, para el Continente del Norte ya que había perdido a su siervo más leal. Sin embargo, sabía que podía encontrar a otros.

Al poco tiempo, la Ciudad de las Estrellas fue olvidada y su historia se redujo a leyendas que apenas son contadas.

 

 

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