miércoles, 5 de junio de 2024

Un gobierno neocolonial

 

Maximiliano Basilio Cladakis                                


Hace unas semanas, Cristina Fernández de Kirchner clarificó la situación que se encuentra atravesando la Argentina. Afirmó que la Ley Bases es el estatuto legal del coloniaje. Todo se vuelve, entonces, menos confuso, más inteligible, inscribe al actual proceso de dominación dentro de una tradición histórica que hemos sufrido a lo largo de los años. Sin lugar a dudas el fenómeno Milei presenta una serie de aristas novedosas desde el ámbito cultural: una figura que se presenta como disruptiva, el poder de influencia de las redes sociales y de los nuevos medios de comunicación, la aceptación por gran parte de la población de un discurso que explícitamente atenta contra lo más atávico de la cultura (por ejemplo: sostener que la Justicia Social es una aberración moral o que el altruismo es algo que se debe rechazar). Sin embargo, el proyecto político, económico y social del Gobierno de coalición LLA-PRO  no expresa novedad alguna.

 

 

 

Se trata, pues, de un proyecto neocolonial. Como ya señalamos en otros escritos, no nos gobierna ni la demencia, ni el anarco-capitalismo, ni ninguna otra doctrina esotérica. Al decir de Eclesiastés: no hay nada nuevo bajo el sol. La esencia del neocolonialismo (como la del colonialismo) se fundamenta en la división del mundo entre naciones centrales y naciones subalternas. Las primeras son el sujeto de la historia; las segundas, el objeto que debe satisfacer las necesidades de estas; el simple medio para un fin. Es lo que dice Hegel en la dialéctica del Señor y el Siervo: el Señor es la substancia absoluta frente a la cual el Siervo encuentra su esencia en la relación de dependencia. Argentina, bajo el gobierno de LLA-PRO se ha convertido, una vez más, en el siervo de las denominadas  grandes potencias occidentales.

Si bien parece anticuado hablar de neocolonialismo en el siglo XXI, continúa siendo una realidad no superada. La globalización neoliberal no significó, en modo alguno, la supresión de las lógicas coloniales. Por el contrario, al decir de Raúl Eugenio Zaffaroni, significó la institución de la fase superior del colonialismo: la del colonialismo financiero. Lo padecimos en la década de los noventa, lo volvimos a hacer durante el gobierno de Mauricio Macri y lo estamos sufriendo en estos momentos. El RIGI es su actual apoteosis. Sin embargo, también lo son otros puntos de la Ley Bases y del Decreto de Necesidad y Urgencia que continúa determinando nuestras vidas. Entregar el país, entregar nuestras tierras, nuestros mares, nuestra naturaleza, ponerlas a disposición de los poderes foráneos; eso es el neocolonialismo.

Estas decisiones se justifican a partir de una premisa que lamentablemente, al ser repetida incontables veces, se ha vuelto una verdad irrefutable del sentido común. “Atraer inversiones”. Si en otros momentos el sometimiento a las naciones centrales se realizaba bajo el justificativo de la civilización, de la lucha contra la barbarie o del poner fin a la subversión, en la fase neoliberal, las inversiones son el fundamento de la relación de sumisión. Si hacemos todo lo que el poder económico occidental nos ordena, ellos traerán las divisas (dólares) que necesitamos. Ese es el discurso. Sin embargo, es lo inverso, no traerán nada; nosotros le daremos todo.

Esto se complementa, de manera necesaria, con la alineación explicita a las directivas de las potencias occidentales en los conflictos internacionales; tales como en el caso de Israel e Irán, o Rusia y Ucrania. Precisamente, en el momento neoliberal de la relación neocolonial, se encuentran consubstancializadas la subordinación a las directivas del poder político y la subordinación a las megacorporaciones del capitalismo financiero-digital. La declaración de guerra contra países con los que Argentina no posee conflictos convive con la genuflexión hacia los magnates de Silicon Valey a quienes les entregaremos el litio que hay en nuestras tierras. Las imágenes, en grado sumo patéticas, de un Presidente diciéndole con lágrimas en los ojos a un ex Presidente estadounidense “My President”, como también las del mismo gobernante corriendo detrás de un empresario de redes sociales para sacarse una foto, como si se tratara de un pre-adolescente tras la estrella pop de moda, son de muy mal gusto. Sin embargo, ejemplifican con claridad la relación neocolonial. Es el siervo entregándose voluntariamente y con admiración a los deseos del señor.

 

 

 

Precisamente, estas imágenes no son meros hechos individuales. Se trata de un símbolo de sumisión de nuestro país. Solo somos en virtud del Señor (conglomerado político-económico de las naciones autodenominadas centrales). El crecimiento exponencial de la pobreza y de la indigencia, el desfinanciamiento de los sistemas de salud y de educación, la negativa de alimentar a la población que se encuentra en lo más extremo de la vulnerabilidad, son piezas claves del colonialismo ya que no son nuestras necesidades las que importan sino las del Señor.

Para el actual gobierno, no somos patria, solo somos colonia.

 

 

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